CAPITULO 16 - CENA PARA DOS

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CAPITULO 16 – CENA PARA DOS

Su teléfono móvil vibró en su bolsillo trasero de los vaqueros que llevaba puestos y se alzó un poco para sacarlo y contestar.

- ¿Hola?

- Hola ¿Dónde estás?

- ¿Maddox? —preguntó girando sobre su estómago para ver la pantalla.

- Si, deberías revisar la pantalla antes de contestar.

- Estaba adormilada —al decirlo se arrepintió.

- ¿Adormilada? Qué raro porque no veo a nadie en tu cama y no estás en casa —Belinda notó un tono a reproche, pero trato de no darle importancia.

- Estoy en casa, bueno... mi nuevo apartamento —se apuró a explicarse. — Pensaba decírtelo más tarde, ya no era necesario vivir con tus hermanos y molestarlos cuando ya conseguí trabajo y tengo mi propio lugar para dormir.

- No tenías por qué haberte apurado, no eres ninguna molestia. Los chicos estaban felices de alojarte. Incluso yo...

- Si, puede que tengas razón...

- La tengo.

- Como sea, yo solo quería tener mi propio lugar y sentirme independiente. Después de lo de Collín, es lo que necesito.

- Entiendo.

- Bueno, no te preocupes, ya salgo para allá. No he comido nada y necesito hacer maletas.

- No tardes.

Colgó y pensó en lo misterioso que Maddox había sonado con su despedida. Levantándose de la cama se soltó el pelo de la coleta que llevaba, tomó su cartera y llaves y salió a la calle. Ya en el auto tomó rumbo a la zona residencial de la ciudad.

Para cuando llegó a casa de Leah y Michael corrió a la habitación, tomó una ducha rápida y pensando en que sería su última cena en esa casa creyó oportuno arreglarse el pelo y ponerse un lindo vestido corto color blanco que parecía llevar un batín transparente con bordados blancos encima. Le daba un toque puro y sensual al mismo tiempo.

Cuando estuvo lista salió de la habitación y buscó a los chicos por la casa, pero no encontró a nadie. La señora Micaela se encontró con ella en la cocina y le dijo hoy se cenaría en casa de Maddox. No preguntó más y salió hacia allí, solo que cuando llegó se topó con que la mayoría de las luces estaban apagadas y solo las cálidas que daban un toque romántico se encontraban prendidas.

Lo tuvo claro cuando llegó al comedor y encontró a Maddox bebiendo una copa de vino con música suave de fondo y velas en el centro de la mesa encendidas.

- Llegas tarde —comentó Maddox en un bajo murmullo que logró estremecer su piel.

- Estaba arreglándome —contestó ella con nerviosismo, tenía miedo de lo que la cercanía podría hacer con ella.

- Lo noto. Estás hermosa —susurró él mirándola con atención en cada porción de su cuerpo, ella se estremecía cuando veía viajar esa mirada de un lugar a otro.

- Creo que tomaré asiento —murmuró ella rogándole a sus pies que no tropezaran.

- Por favor —concedió él con su profunda voz.

Ella tomó asiento a su lado sintiendo que las manos le sudaban y las piernas le temblaban. No sabía cómo iba a lidiar con la situación, pero Maddox le había hecho la encerrona inteligentemente. Y con la mirada intensa y oscura que le dedicaba en silencio, comprendió que él estaba decidido a terminar lo que ella había empezado la otra noche. Y no lo culpaba, sus diminutas bragas se humedecían de pensarlo.

¿Podría ella ser capaz de detenerlo?

Rogaba tener la suficiente fuerza para no sucumbir ante el Diablo porque en ese momento Maddox se asemejaba mucho a él: seductor, misterioso y tramposo; Su propia manzana prohibida.

- ¿Tienes hambre, Belinda?

La pregunta se le antojo una invitación a comer, pero no precisamente comida. Con las mejillas encendidas y la lengua seca contestó.

- Tengo sed...

- ¿Vino o agua?

- Tinto.

Con una media sonrisa Maddox le sirvió la copa rosándole los dedos en el proceso. A ella se le erizó la piel, pero no de frio, sino de calor. Casi gimió cuando él se acercó a su cuello sorprendiéndola por un instante cuando susurró:

- Un perfume delicioso.

Sin habla se llevó la copa de vino a los labios dándole un gran trago para calmar su pulso. Error, el vino le calentaba aún más el cuerpo.

- Iré a ver la comida.

- ¿Te ayudo? —se ofreció él con una expresión inocente.

- ¡No! —lo cortó ella antes de que se levantara.

Se levantó como resorte y se acercó a la encimera de la cocina aprovechando para calmarse y respirar un poco antes de traer los boles de ensalada y comida que esperaban ser servidos.

¿Qué tan peligroso seria pasar más de un minuto con Maddox cuando él parecía acecharla como una pantera a su presa? ¿En que se había metido ella? ¿Y porque no estaba corriendo a esconderse en vez de estar allí como si no tuviera sentido de auto conservación? Nada de lo que estaba haciendo tenía sentido.

Tentando al destino. O más bien provocándolo. Eso pensaba Belinda cuando terminaron de cenar y ella seguía allí sentada bajo la penetrante mirada de Maddox.

- ¿Te apetece hacer algo? —preguntó Maddox.

- No —respondió evadiendo la mirada, tenía calor y sabía por qué.

- ¿Estás segura? —insistió susurrante.

- Sí... —murmuró frotándose los muslos por un extraño hormigueo en el interior de sus muslos.

Debería ser la anticipación, algo se avecinaba, pensaba ella con duda mientras el nerviosismo ganaba terreno.

- No lo parece —dijo Maddox antes de levantarse, tomarla del brazo y pegarla a su cuerpo para tomar sus labios en un beso exigente que le mojó las bragas.

No podía alejarse, el beso era una locura, no podía pensar, solo quería que la besara hasta desmayarse. Parecía que había estado esperando aquel beso toda la noche porque tenía sed de más. Cobijada en los brazos de Maddox era indefensa a todo lo que él quisiera hacerle y alegremente respondió a cada toque. Segundos después se vió sobre la isla con Maddox entre sus piernas atormentando sus sensibles senos con sus manos. La miraba con tal determinación que comprendió el camino de sus pensamientos. Esa noche ella terminaría en su cama, desnuda y jadeante.

Fascinación - Enamorada de un MillonarioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora