Capítulo III, la sombra

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Una de las primeras cosas que se presentaron a la mente habituada a los negocios del señor Lorry, fue la de que no tenía derecho a poner en peligro al Banco dando albergue a la mujer de un preso emigrado en el mismo edificio destinado a la oficina. Con gusto, habría arriesgado cuanto poseía y la misma vida para salvar a Lucía y a su hija, sin vacilar un solo momento; pero los intereses que se le habían confiado no le pertenecían y por lo que se refería a los negocios había de obrar como hombre de negocios.

Primero pensó en Defarge y en ir a su encuentro para consultarle acerca del lugar más seguro en que podría alojarse Lucía, pero luego pensó en que el tabernero vivía en uno de los barrios más peligrosos de la ciudad y que sin duda debía de ser personaje influyente en ellos y que andaría metido en peligrosas tareas.

Al mediodía el doctor no había regresado aún y como cada momento que pasaba era un peligro más para el Banco, el señor Lorry consultó con Lucía. Esta le dijo que su padre le había dado cuenta de su deseo de alquilar una vivienda cerca del Banco y tomo en eso no había inconveniente alguno y, por otra parte, el anciano comprendía que aun en el caso de ser libertado Carlos, no podría, en algún tiempo, pensar en marcharse de la ciudad, salió en busca de una habitación conveniente y la encontró en una callejuela algo aislada y cuyas casas parecían en su mayor parte deshabitadas.

Inmediatamente trasladó allí a las dos mujeres y a la niña, proporcionándoles cuantas comodidades le fue posible, desde luego superiores a las suyas propias. Les dejó a Jeremías y volvió a sus ocupaciones.

Pasó lentamente el día, triste y preocupado, hasta que llegó la hora de cerrar el Banco. Se hallaba el anciano en su habitación, como el día anterior y se preguntaba qué podría hacer, cuando oyó unos pasos que subían la escalera Poco después estaba un hombre en su presencia que, mirándolo fijamente, se le dirigió por su nombre.

-Soy vuestro servidor, señor Lorry. ¿Me conocéis?

Era un hombre de aspecto vigoroso, con el cabello rizado y de cuarenta y cinco a cincuenta años de edad.

-¿Me conocéis? -repitió. -Os he visto en alguna parte. -Tal vez en mi taberna.

-¿Venís de parte del doctor Manette? -preguntó el señor Lorry en extremo agitado. -Sí, de su parte vengo.

-Y ¿qué dice? ¿Me envía algo?

Defarge le entregó un trozo de papel, en el cual había escrito el doctor Manette: "Carlos sin novedad, pero no puedo abandonar el lugar en que me hallo. He obtenido el favor de que el portador de estas líneas lleve una nota de Carlos para su mujer. Permitidle que la vea."

Esta misiva estaba fechada en La Force una hora antes.

-¿Queréis acompañarme -dijo el señor Lorry muy satisfecho después de leer en voz alta estas líneas- a donde vive su esposa?

-Sí -contestó Defarge.

Sin fijarse en el extraño tono de reserva de Defarge, el señor Lorry se puso el sombrero y ambos salieron al patio. Allí encontraron a dos mujeres, una de las cuales hacía calceta.

Historia de dos ciudades, Charles DickensDonde viven las historias. Descúbrelo ahora