La suerte del ladrón

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Joel  cayó de bruces sobre la tierra en el jardín de la señora Forbes, tras  saltar la barda

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Joel cayó de bruces sobre la tierra en el jardín de la señora Forbes, tras saltar la barda. Iba de cuclillas y en silencio, aunque era un hecho que ella no estaba en casa. Un par de días atrás sufrió un accidente que la mandó directo al hospital, en estado delicado: Su cuerpo en el piso, cristales rotos alrededor, cortes profundos en la piel, moretones y contusiones por una caída desde la ventana del primer piso. Una lástima.

Se levantó y continuó su camino, pues debía llegar a casa lo más pronto posible. En el amplio saco negro que llevaba a cuestas estaban escondidos todos los objetos que había robado ese día, y que estaría vendiendo la siguiente semana por internet para obtener dinero para comer.

Llevaba diez años siendo ladrón, con récord perfecto: nunca lo habían atrapado, y tampoco sospechaban de él. Llevaba una vida mediocre pero tranquila como habitante de Valle Negro. Así había sido, hasta el día en que llegó su carta.

Fue a la mañana siguiente, mientras salía de su casa a comprar el periódico del día. Vio la carta bajo sus pies, la levantó y leyó detenidamente la única hoja. Al terminar, la arrugó y la aventó. Pensó que era un chiste tonto. Continuó con su día, y de vez en cuando rondó por su mente la frase "ese fatídico día, por primera vez, fue cuando el delincuente guardó en su profundo saco lo que de verdad merecía. Desde entonces lo siguió por el resto de sus días. Era su conciencia".

Llegó a casa a última hora de la tarde y entró al baño. Antes de abrir la llave, una pequeña araña se asomó por el rincón del baño. Cuando la vio pegó un fuerte grito y pisoteó el suelo con todas sus fuerzas. Levantó el pie y no encontró nada debajo de él. Creyó estar seguro de haberla aplastado. Salió rápidamente del baño y preparó sus cosas, pues al caer la noche comenzaba su jornada nocturna como ladrón.

Horas después volvió a casa, con el saco más lleno y pesado de lo habitual, y más cansado que de costumbre. Se sentó sobre el sillón viejo y raído y se dispuso a abrir el enorme bulto. Metió la mano, y lo primero que extrajo fue un viejo reloj de madera. En su mente imaginó el elevado precio que podía atribuirle a esa antigüedad, con ojos codiciosos, mientras lo sostenía entre sus torpes manos. Fue desagradable su sorpresa cuando por detrás del reloj salió una araña grande y negra que estuvo a punto de escalar por su mano. Con expresión horrorizada dejó caer el reloj al suelo y salió corriendo al baño. Abrió la llave y se empapó la cara, pensando que aquel animal asqueroso era producto de su imaginación, que se debía al cansancio. Con las manos en la boca, vio salir de la coladera del lavabo una pequeña araña tras otra, como si dentro hubiese un nido, y parecían interminables. De pronto, arañas de todos tipos y tamaños comenzaron a salir de todos los rincones de la casa. Ninguna de ellas lo mordió, ni lo atacó, ni siquiera lo tocó. Todo era producto de su cabeza. Pero desde ese día, y por el resto de su vida, no dejó de ver arañas en cualquier lugar al que fuera.

Sin RemitenteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora