Desaparecerás

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Mario leyó una, dos, tres veces la línea final de la carta

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Mario leyó una, dos, tres veces la línea final de la carta. Era una sola palabra, pero más que suficiente para quebrarle la cabeza por noches enteras. Decía "Desaparecerás". Estaba confundido. Ya había escuchado de otras personas en Valle Negro a las que les había llegado "una carta misteriosa", pero él quiso –o se obligó- pensar que eso no era una pesadilla como las que vivieron los demás.

La tarde siguiente iba de vuelta a casa, y mientras manejaba con los vidrios arriba para evitar que se filtrara la niebla gris, se percató de que no llevaba consigo la cartera. Se detuvo en la esquina lo más pronto posible y revisó sus bolsas, las de su chaqueta, la guantera y en los asientos. Nada. Recordó que la traía aquella mañana, y supo que la había olvidado en el escritorio de la oficina.

Dio media vuelta y regresó a toda velocidad a la oficina, pues empezaba a oscurecer. Cuando bajó del auto y se aproximó a la puerta, el guardia lo miró fijamente y no le quitó los ojos de encima ni cuando se detuvo frente a él. Con un gesto de desconfianza, el guardia le preguntó si trabajaba allí. Mario se rió, extrañado, y le respondió que sí, que iba a pasar a la oficina 402 de la planta 13, que era la suya, para recoger la cartera. El guardia sonrió tímidamente, pensando que quizás no lo reconoció, y lo dejó pasar con dudas.

Mario encontró su cartera sobre la mesa, y la abrió para verificar que todo estuviera en su lugar. Todo estaba, con una extraña excepción: su foto en la identificación oficial. Había un hueco en blanco donde antes estuvo su rostro. Como si siempre hubiese estado así. Pensó que era una broma de sus compañeros, que solían ser pesados, y se dijo que les reclamaría la mañana siguiente. Salió a la oscuridad de la noche a paso veloz, se introdujo en el carro y condujo de regreso a casa.

Con el pasar de los días la situación se volvió extraña y escalofriante. La mañana siguiente, cuando intentó hablar con sus compañeros en la oficina sobre el incidente de la credencial sin foto, nadie lo tomó en serio. Peor aún: nadie supo quién era. Ni siquiera su mejor amigo, Rodolfo Ruíz, asustado y preguntando con una angustia convincente quién era aquel extraño que sabía cosas sobre él. Nadie en su trabajo lo identificó, por más que él argumentó que llevaba diez años trabajando en esa empresa. Lo corrieron del edificio y no le dieron tiempo de recoger sus pertenencias invisibles.

Varios días después, la situación empeoró: trataba de hablar con la gente que se encontraba en la calle, y todos actuaban como si no lo vieran, como si no existiera. Pasaban de largo como si se tratara de un espacio vacío en el universo. Así, las credenciales se fueron volviendo blancas, su nombre e información desaparecía de los registros y actas, y después, poco a poco, extremidad por extremidad, él se desvaneció.

Sin RemitenteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora