Loop infinito

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Tomó  la curva que precedía a la larga recta del kilómetro 157

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Tomó la curva que precedía a la larga recta del kilómetro 157. Era un tramo de la carretera que abarcaba aproximadamente 20 kilómetros en línea recta. Era conocida entre los viajeros como la "recta infinita", debido a que no se le veía fin mientras se extendía hasta el horizonte. Tras pasar esos 20 kilómetros volvían las curvas, y veinte minutos después se encontraba la entrada a Valle Negro.

Julián Romero se puso nervioso. Nunca había cruzado por ese kilómetro durante la madrugada. Era camionero, y dedicaba a su trabajo aproximadamente 15 horas al día. Las ocasiones que tenía entregas fuera del estado, solía conducir por varios días seguidos, sólo deteniéndose a dormir un par de horas, al baño, a tomar un café o a cargar gasolina. Esos largos viajes lo agotaban mucho, pero no podía permitirse detener a descansar. Tenía un plazo de tiempo que cumplir, y cruzar los estados no era tan sencillo.

Esa noche volvía de uno de esos largos viajes. Cuando terminó de dar la última curva y vio acercarse el señalamiento del kilómetro 157 sintió nervios. Pensó en las cosas que solían decir de aquella carretera. Que estaba maldita. Que a cierta hora sucedían cosas paranormales. Incluso un par de ideas tontas: que la carretera se tragaba a los viajeros, que los desaparecía. Eso o que los volvía locos.

Pasó su mano por encima de su cabeza, como intentando disipar esos pensamientos absurdos. Sólo era una carretera, nada más. Sólo una recta larga, muy larga, que se perdía en el horizonte y a la que no se le veía fin. Sólo eso. Se le comenzaban a cerrar los ojos, y tenía el rostro pálido. Estaba exhausto, y después de cinco minutos en la recta tuvo la impresión de que, si miraba fijamente al punto en que se cruzaba el pavimento con el horizonte, se hipnotizaba. Como si no pudiera dejar de ver ese punto específico. Esa idea le causó gracia, y salió de su boca algo más parecido a un resoplido que a risa. Para distraerse intentó concentrarse en permanecer dentro de su carril, ya que sólo había uno de ida y otro de vuelta, a pesar de que no había ningún otro carro salvo el suyo. Creyó que de esa manera podría matar el tiempo.

Pasaron quince minutos y la recta seguía infinita. En un momento que Julián no percibió, el cielo se cubrió con enormes y densas nubes grises. Se sintió realmente cansado. Las rectas lo adormilaban, y las curvas solían mantenerlo activo. Pero aún se veía un largo camino por recorrer. Cerró los ojos unos segundos. Los volvió a abrir. Todo seguía igual. Conforme avanzaba se fue durmiendo por más tiempo, y cada que abría los ojos todo permanecía igual, como si no hubiera avanzado ni un kilómetro. Se desesperó y aceleró más. Conducía a 150 kilómetros por hora. Se concentró en salir de ese tramo, y estuvo atento los siguientes veinte minutos. No supo cuándo volvió a cerrar los ojos.

Esa última vez fue durante varios minutos. Cuando volvió a entornar la mirada estuvo seguro de ver pasar, fugazmente, el letrero que indicaba el kilómetro 157 por su lado derecho.

Sin RemitenteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora