Sin Remitente es una novela compuesta por cuentos, podcast, videos y microficciones. Todas las historias suceden en Valle Negro, un pueblo perdido donde sucede cosas extrañas...
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Mónica se arrepintió de muchas cosas la noche del sábado. La primera y menos importante, de haberse negado ir a la fiesta. La segunda, de haberse quedado en casa toda la noche. Por último, cuando conoció las consecuencias de esa decisión, fue al extremo de haber deseado no haber llegado nunca a vivir al departamento 14 de la quinta planta del edificio Mangos.
Esa noche del sábado todo inició con un detalle considerable. Aproximadamente a las nueve, se paró frente a su ventana que daba a la calle mientras tomaba una taza de té negro. Observaba la tranquilidad, la oscuridad manchada de luces de farol, sin un alma que interrumpiera esa calma. De pronto, vio caminar a lo lejos a una chica que pasaba por ahí, sola, con una chaqueta negra. La contempló no porque fuera algo interesante, sino porque no había nada más por ver. La intranquilizó el hecho de que, en el extremo opuesto, un hombre de actitud sospechosa apareció de la nada en medio de la acera. Desde esa posición intermedia, Mónica se preocupó porque la chica se dirigía justo hacia donde estaba él, y temió lo peor.
Conocía su país, y aunque Valle Negro fuera un lugar muy seguro, siempre había excepciones. La ventana por donde observaba estaba sellada, y no había forma de que la alertara sin tener que bajar de su edificio. Por lo tanto, se quedó contemplando la acción desde su ventana, y ante sus ojos vio suceder el peor escenario que cruzó su cabeza. Aterrorizada, cerró las persianas y no pudo evitar que un sudor frío le empapara el camisón, mientras buscaba con los ojos perdidos un teléfono. Cuando por fin lo alcanzó, con las manos temblorosas, apenas pudo marcar el 911 y se desesperó tras dos respuestas de la línea. Cuando por fin respondió alguien de la comisaría, le contó a detalle todo lo que vio, con la desesperación de quien acaba de presenciar un acto trágico. Colgó el teléfono y no volvió a acercarse a la ventana sino hasta que vio el resplandor rojo y azul traspasar suavemente las persianas y colorear sus paredes. Recorrió las persianas y vio a las dos patrullas estacionarse en la acera contraria a su ventana, a los policías bajarse de sus vehículos, inspeccionar "la escena del crimen" y descubrir que ahí no había nada, ni un minúsculo rastro de sangre. Nada había pasado ahí, todo estaba igual. Mónica se espantó y no supo si enloqueció o si era cierto lo que vio. Los siguientes meses, cada sábado por la noche, vio a aquel hombre misterioso del otro lado de la acera, volteando hacia su edificio, esperando a su próxima víctima invisible.