Las mil y una series

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Durante las semanas que permaneció La Pestilencia acechando las calles de Valle Negro, Oliver García se mantuvo encerrado en casa, con las cortinas abajo y los seguros puestos, mirando series de televisión todo el día, agradeciendo tener todos los...

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Durante las semanas que permaneció La Pestilencia acechando las calles de Valle Negro, Oliver García se mantuvo encerrado en casa, con las cortinas abajo y los seguros puestos, mirando series de televisión todo el día, agradeciendo tener todos los víveres necesarios para sobrevivir en su hogar.

Era un fanático de las series. Él podía pasarse noches enteras viendo capítulos sin parar, y amanecer al siguiente día trasnochado pero con los ánimos intactos. El único obstáculo entre él y sus planes era el pequeño detalle que significaba su empleo. Ocho horas diarias en aquel lugar que tanto detestaba, con compañeros idiotas e incompetentes, que sólo sabían hablar de los bares que frecuentaban los fines de semana y sobre sus ansias de que llegara por fin el viernes. Por suerte y más como milagro, su negocio era el único del pueblo que cerró por estrictas y severas medidas de seguridad cuando La Pestilencia se dispersó por Valle Negro.

Por primera vez tendría días y noches enteras para disfrutar de sus series. Se sentía muy feliz, y se sintió orgulloso de sí mismo por haberse preparado bien para el desastre: compró de manera anticipada varias bolsas de palomitas, refrescos, botana y chatarra para esas jornadas interminables de felicidad.

Una noche, sin saber ya si era la décima o novena desde que empezó la niebla, sin saber si era día o noche porque tenía las cortinas cerradas, se quedó dormido en el sillón de la sala viendo un capítulo que ya había repetido varias veces, pues era su favorito. Se quedó dormido con el control en la mano, la bolsa de frituras en la otra y el vaso de refresco posando cerca de su pie, en medio del reguero de basura que se acumuló de todos los días anteriores. La casa era un auténtico desastre de humedad, suciedad y porquería, pero él no se daba cuenta porque sólo pasaba su tiempo viendo televisión o estando dormido.

Abrió los ojos después de quién sabe cuánto tiempo, y ya no estaba acostado en el sillón, ni tenía el vaso de refresco ni el control, ni siquiera se encontraba en su casa sino en un terreno baldío con una sola casa de madera desgastada que no sabía dónde se ubicaba pero le parecía muy familiar. De pronto, se abrió la puerta de la casa y salió un hombre de camisa verde y sombrero, con un arma oculta bajo la ropa. Supo quién era él. Era el protagonista de su serie favorita, que llevaba viendo varios días seguidos. Pensó que en su sueño era parte de un capítulo, pero desechó la idea cuando se vio, a lo lejos, dormido en el sillón con el control en una mano y la bolsa de frituras en la otra, del otro lado de la pantalla. Se asustó, porque no había forma de salir de allí. Volteó y el protagonista le apuntaba con la pistola. Lo invadió el terror, porque sabía cómo terminaba ese último capítulo, y no era un final feliz.

Sin RemitenteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora