El mar, allá a lo lejos

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Las noches de verano se volvieron muy calurosas en Valle Negro

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Las noches de verano se volvieron muy calurosas en Valle Negro. Sam, un chico de 17 años, vivía en la casa sobre una de las colinas que rodeaban el centro del pueblo, y desde su habitación en el primer piso podía observar el horizonte limpio. Una noche entró a su cuarto cansado, sudando de calor y deseando estar en un lugar frente al mar, con una brisa fresca, lejos del viejo pueblo y cerca de la costa, para poder conocer por primera vez en su vida el mar.

Se recostó sobre su cama con esa idea, mientras se quitaba la playera y el pantalón, dejando reposar su cuerpo pegajoso sobre la colcha, y mirando con ojos cansados hacia el techo como si estuviera viendo el mismo océano. Empezó a sentirse agotado y cerró un poco los ojos para descansarlos, mientras sentía escuchar el siseo de las olas saladas en sus oídos. De repente, un ruido sordo lo interrumpió de sus pensamientos y lo enderezó de golpe sobre su cama. Estaba sudando, aunque ya no sentía tanto calor, sino un aire frío como de noche. Se levantó intentando encontrar el origen del sonido, y se dirigió hasta la ventana para buscar algo en la calle. Entonces sintió un ligero temblor bajo sus pies, y de repente un silencio atronador a su alrededor, como si fuera la única persona que habitaba ese mundo. No vio a nadie más cerca, quizás por la hora que era, ni en la calle ni en ningún lugar.

Así fue, en medio de ese silencio sepulcral, que volteó la mirada hacia el horizonte, que por pura casualidad o por sentido común supuso que era la fuente de aquellos eventos. A lo lejos vio, acercándose amenazadora, arrasando con todo a su paso, una enorme ola que abarcaba todo el espacio que alcanzaba su vista, como si fuera el mismo horizonte, y de una altitud que a medida que se aproximaba iba creciendo como si pudiera cubrir el cielo. Era de un azul temeroso, casi llegando a negro, como si dentro de la ola pudiera haber cualquier tipo de peligro además del simple impulso y fuerza que acarreaba. No pudo dejar de contemplar su paso inevitable, mientras la ola se acercaba lenta pero firme hasta su destino fatal.

Segundos antes del impacto Sam se levantó de su cama empapada, casi ahogado, cubierto totalmente de sudor y sobresaltado como si llevara horas corriendo. Había empezado a llover. Y por un instante infinito deseó que el calor durara para siempre.

Sin RemitenteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora