Un títere más

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La ventana de la casa de Alberto Rivera tenía un panorama muy amplio, tanto que desde ese rectángulo se podían ver todas las casas que conformaban Valle Negro, como si fuera un cuadro colgado en su pared

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La ventana de la casa de Alberto Rivera tenía un panorama muy amplio, tanto que desde ese rectángulo se podían ver todas las casas que conformaban Valle Negro, como si fuera un cuadro colgado en su pared. Ahí estaba, contemplando en la negrura de la noche las luces amarillas en el horizonte, los montes negros sobre los que se alzaban, la inmensa arboleda que se extendía más allá de los límites y se perdía en el infinito.

Estaba en su oficina, rodeado de miles de libros y consumido por la oscuridad. Él sabía lo que estaba pasando allá abajo, en el pueblo. No era indiferente al terrible accidente de la señora Forbes, o a la paranoia maldita de Joel el ladrón, o que La Pestilencia se avecinaba incluso desde días antes de que se cimentara sobre las calles. Él sabía todo eso, y lo sabía a detalle, porque él así lo había escrito. Quedó al descubierto cuando al primer domingo desde el anuncio de su novela, publicó el adelanto de su primer capítulo, en el que todos sus personajes sufrían de los mismos accidentes que los habitantes del valle. Al inicio pensaron que era una coincidencia, que era una broma de mal gusto por parte del escritor, pero no se imaginaban que él era la causa de todo aquel mal.

Su rostro miraba inexpresivamente hacia el pueblo, aunque no estuviera viendo nada, sino al vacío. Él tampoco se dio cuenta de que, tiempo atrás, su propia creación lo había superado y lo consumió junto con el resto de sus personajes. Ahora él era sólo un títere del titiritero, un subordinado de su propia magia, un personaje más dentro de la historia que él estaba creando bajo las órdenes de algo maligno. Estaba poseído por una fuerza que ya escapaba a sus manos y a su juicio. Pero no lo sabía, porque se encontraba bajo el hechizo de las sombras.

Sin RemitenteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora