Donde viven las hadas. Parte II

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Quietud y silencio. A esas horas de la madrugada el parque estaba desierto y más aún por el mal tiempo, que ahuyentaba a las parejas de enamorados, a los amantes furtivos, a los jóvenes aventureros que, evidentemente, preferían refugiarse en bares y demás antros, que dejar aflorar su romanticismo en tan impropia intemperie.

Un recuerdo fugaz pasó por la mente de Julieth cuando sus nuevos ojos turmalinicos, que parecían absorber las sombras de la noche, se posaron en el lago, que era una mancha oscura en medio del prado, y cuyas aguas se arremolinaban en los juncos de las orillas, que crecían abriéndose paso entre guijarros. Era un recuerdo lejano, de una época feliz: dos manos se entrelazaban sobre las tablas de la banca ubicada bajo el olmo de ramas caídas y cansadas, algunas de las cuales se sumergían en el lago.

Una promesa en forma de pregunta susurrada con una voz suave se materializó en su mente: "¿La eternidad y un día te parecen suficientes? Es lo que pienso darte si te quedas conmigo."

Julieth sacudió su cabeza y un escalofrío la recorrió de arriba hacia abajo. De pronto sentía más frío que antes.

—¿Qué fue eso? —preguntó Johanna tratando se absorber aquel vestigio del recuerdo de su anfitriona.

—Nada, no debiste ver eso... No fue nada—Julieth apretó sus puños y sus uñas se clavaron en las palmas de sus manos. Sintió la sangre corriendo de nuevo. No se había dado cuenta lo entumecidas que estaban.

Una rana saltó sobre la superficie del lago, desde un nenúfar y las aguas se agitaron en círculos concéntricos, mientras la luna gris, tembló en aquel espejo.

Me doy cuenta que no soy la única que guarda secretos. Usas barreras fuertes también, cuando quieres—comentó la otra en su mente.

El tono de Johanna evidenciaba cierta satisfacción, pero a su vez decepción cuando intentó hurgar un poco más en los recuerdos de su anfitriona y esta no se lo permitió. No supo muy bien como lo había logrado, pero July consiguió enviarlos de nuevo hacia aquella zona de su mente donde ni siquiera ella quería tener acceso. Enterró aquellas imágenes junto con otros viejos recuerdos, olvidados.

Entonces, apartó su vista del lago y la posó en el puente que lo atravesaba, justo cuando el agua empezaba a agitarse por el viento, mientras las hojas del roble pintadas de plata y nácar, por efecto de los rayos lunares, comenzaban a susurrar mensajes. Literalmente los árboles circundantes parecían hablar entre ellos.

Johanna se puso alerta y el cuerpo que habitaba se envaró.

—¿Lo oyes cierto? Parecen voces— observó Julieth.

Son los seres mágicos. Algunas de las hadas más pequeñas se ocultan entre los árboles del parque. Ya saben que estamos aquí —explicó en tono monocorde su huésped.

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