Donde viven las hadas. Parte III

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Voltearon sin decir palabra hacia el cementerio donde un montón de lapidas dispares, corroídas por los elementos, se extendían por toda la extensión del suelo. A la luz de la luna la piedra blanca brillaba como el hueso, como si las lapidas y mausoleos estuvieran compuestos del mismo material que sus muertos.

Y bien, ¿qué hacemos aquí?—preguntó Julieth—. Y espero que no me digas que revivirás a un muerto.

—¡Ja. Ya quisiera tener ese poder! Demasiada gente murió debiéndome dinero Johanna se encogió de hombros mientras caminaba por la torva entre las tumbas de los cuáqueros, paseando sus ojos negros por las inscripciones e intentando hallar la indicada.

Julieth pensó que una vez más evadiría su pregunta, y estaba cansada mental y físicamente para volver a hacerla. La lluvia había cedido, pero el frío de la noche, adherido a sus prendas mojadas, calaba sus huesos.

Quizá era un buen momento para cambiarse de ropa, hacer una fogata e incluso comer algo, pero sabía que su huésped le diría que no había tiempo para atender esas "banales necesidades humanas". A demás, su fuerza de voluntad para seguir andando era increíble, y a pesar de su propio cansancio, no se sentía rendir, ni desvanecer. Aún podía seguir andando y eso hicieron, hasta que dieron con la lápida deseada, que reposaba a la sombra de un inmenso mausoleo, con la figura de un ángel tallada, que las vigilaba con ojos ciegos. Justo con el hallazgo vino también la respuesta esperada.

Armas... Buscamos armas.

El mausoleo del ángel resultó ser el sitio ideal para guardar herramientas necesarias para cavar. Mientras la tierra negra y húmeda se apilaba a un lado de la tumba formando una pequeña montaña, Julieth sintió que iba a ser castigada por el poder divino por profanar un muerto y doblemente, pues era víspera de Acción de Gracias, pero Johanna le explicó que esa lápida sin nombre, donde figuraba la frase puesta a priori: "Luchando hasta en la misma muerte" no albergaba en realidad ningún cadáver adentro.

—Pero ¿por qué alguien escondería armas en una tumba?— le preguntó entonces su anfitriona.

—¡Exacto! Por eso es el mejor lugar para guardarlas. Nadie las buscaría aquí y además en este sitio no me cobran cuota de mantenimiento— las respuestas de su huésped siempre resultaban evasivas o cínicas. July blanqueó sus ojos. Entonces Johanna pareció darse cuenta de su hastío y en un súbito arranque de bondad profundizó un poco más en su explicación—.Sin mencionar que el lugar está bien protegido. No es cualquier cementerio, sino uno sacro, por tanto los demonios y vampiros no pueden acercarse. Y...— movió la pala desde la tumba, cada vez más escarbada, hacia otro sector del suelo más iluminado por los rayos de los astros y la hundió en la turba. A medida que escarbaba fueron apareciendo en el suelo algunas pequeñas partículas, parecidas a la sal, pero de color gris plata.

Desde las SombrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora