Anexo 1. #Lilibel

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Edom

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Edom. Nueve días antes de Pascuas.

Lilith se encontraba hecha una furia.

Las esculturales estatuillas, con las variadas representaciones de la figura de su concubino, que las diferentes culturas humanas habían creado a lo largo del tiempo, y que el Príncipe del Averno coleccionaba como una especie de trofeo o tributo, eran arrancadas de los estantes de una de las vitrinas del cuarto, y arrojadas fervientemente contra su persona.

Pero Lucifer era muy bueno en tácticas evasivas y usaba sus magnánimas alas negras, cuyas puntas torneadas estaban pincelas con matices dorados, vestigio de su antigua gracia, para desviar su trayectoria. Así, la mayoría de las estatuillas terminaban estrellándose contra la pared, llenando la atmósfera de estruendosos sonidos, secundados de una heterogénea lluvia de astillas.

—¡Me las vas a pagar maldito ególatra!—siseó Lilith. Su hermosa cabellera pelirroja ya se había transmutado en una madeja de negras culebras que acompañaban la protesta de la súcuba, abriendo sus fauces y enseñando sus colmillos venenosos—. ¡Cómo te atreves a atribuirte la gloria del "Pacto de ánimas"! Sabes muy bien que fui yo, quien convenció a Asmodeus de entregar tributariamente 200 almas mensuales a este Reino, para que tus siervos pudieran saciar sus sádicas ansias de tortura y evitar así un levantamiento.

La Demonia Mayor, quien era toda una estratega negociando, y que además mantenía buenas relaciones carnales con el Príncipe de la Lujuria, totalmente ofendida por la falta de reconocimiento de su conyugue, volvió a tomar otra de las piezas, una realizada en oscuro cuarzo, y cerró férreamente su mano en torno a aquel yerto cuello, antes de lanzarla ágilmente contra su esposo. Esta vez casi dió en el blanco. Al menos había conseguido que un fragmento afilado se clavaba en su pálida mejilla marmórea y le produjera un corte profundo que ya estaba sangrando.

Las culebras se arremolinaron ansiosamente cuando captaron el aroma a sangre.

—¡Puedes calmarte mujer de los Infiernos!—rugió Lucifer. Sus ojos negros refulgieron, mientras las yemas de sus dedos se deslizaban por su mejilla barriendo la estela de sangre—. Sabes muy bien que independientemente de quien haya sido el ente ejecutor del Contrato. ¡Yo soy el Rey! y como tal, los honores me corresponden y a ti como mi Reina te secundan.

Aquellas palabras solo lograban cabrear más a la demonia. "Secundan había dicho el cretino." "¿Eso era ella, la segundona de Lucifer?" ¡No señor! Lilith no había sido creada para estar por detrás o por debajo de nadie, menos de un hombre.

—Te equivocas conmigo querido. Yo no soy como las imbéciles mujeres a las que te gusta poseer y dominar a tu antojo. A mí no me sometes y menos me tratas como tu segunda.—Lilith comenzó a avanzar hacia Lucifer, luego de tomar una pieza más del estante, la cual ocultó hábilmente tras su sensual figura.

Aquel objeto era distinto a los demás, pues no formaba parte de la colección personal de su tiránico esposo. Era algo de su posesión. Un obsequio que le había sido entregado de forma misteriosa esa mañana, y que iba acompañado de una especie de nota instructiva, que la Reina del Averno, supo atribuir a su adorada y fallecida hija Satrina.

— Yo soy tu igual esposo. ¿Cuándo lo vas a entender? —preguntó Lilith en un tono igual de firme, pero más sereno y tenue, deteniéndose justo frente a él y sosteniéndole la mirada, y deslizando el dorso de su mano libre, por su mejilla sana, brindándole una última oportunidad de entrar en razón al demonio.

El Rey de Infierno permanecía inmutable en su sitio. Mirándola, sin ver. Escuchando sin comprender.

—Oh mi Lilith...ya sé lo que tienes—dijo su esposo, cerrando su mano en torno a la de ella y depositando en esta un beso, en su gesto que albergaba sino amor, auténtica pasión y vehemencia—.  Esto no se trata de la falta de reconocimiento del pueblo o de la ejecución de un estúpido contrato—ella negó, esperanzada.

Claro que se trataba de mucho más que eso. Era la imperiosa necesidad de que la máxima potestad del Inframundo, que además era su compañero, admitiera abiertamente que ella, estaba a su misma altura, que era igual de importante y grandiosa.

››Tú lo que buscas es sentirte valorada por mí. Saber que eres igual de poderosa y magnífica—siguió Lucifer, llevando su rostro un ápice más cerca del suyo, hablándole con voz seductora—. Y yo te voy a demostrar que eso es así, pues no soy como el imbécil de Adán en ese aspecto—la demonia dibujó una sonrisa ante aquellas palabras, mientras dejaba que Lucifer imprimiera cándidos besos en su mejilla.

Ciertamente Adán la había querido subyugar en primera instancia y de ahí que ella se había revelado. Pensaba que Lucifer era su calco en ese aspecto, pero no. Él estaba demostrando ser distinto y eso la ponía de buen genio. Hasta las culebras de su cabeza estaban poniéndose más dóciles y se frotaban contra el musculado cuerpo del demonio de forma cariñosa. Por un momento Lilith pensó en prescindir del objeto que ocultaba y que pensaba usar contra su conyugue.

››Cuando te haga el amor mi adorada esposa, prometo que podrás estar sobre mí de tiempo completo—añadió finalmente.

Fue cuando Lilith abrió la caja.

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