Historias de Coca-cola

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L- ¿Estás bien?

A- Bueno… no sé qué decir, lo lógico sería decir que si para no preocuparte pero… qué más da… a ti no te puedo mentir… la hecho tanto de menos… -camina hacia mí- Laura yo…

L- Tranquilo, ven aquí, abrázame.

Extiendo mis brazos y él se acerca a mí y le abrazo, el me agarra fuerte, muy fuerte, como si soltarme fuera como perderla a ella otra vez… Ella, Cristina Otegui, la que iba a ser su mujer el mismo día que un accidente acabó con su vida.

Intento apiadarme de él pero no puedo.

Siento felicidad.

No solo ahora, cada vez que me toca, en mi estómago empiezan a revolotear miles de mariposas y empiezo a preguntarme si lo que siento por él es más que una amistad potente.

Supongo que estar a su lado todo este año dándole consuelo a su oscuro corazón por la pérdida de una mujer, su mujer ideal, el amor de su vida, esperando paciente mientras el recordaba anécdotas y momentos preciosos, muy románticos y me los contaba me ha hecho darme cuenta de que yo también quiero que él me quiera como la quiere a ella.

Por el momento se que eso no es posible, no es capaz de olvidarla.

Pero ante todo, somos amigos y yo estoy aquí, ahora, sumida en su abrazo por y para él, todo lo demás sobraba.

A- Gracias por estar siempre Laura, es muy importante para mí.

L- Nah no es nada, te quiero Alberto… quiero decir, como amigos, es decir, que no me gustas, bueno si me gustas pero como amigos solo…

A- Lo he entendido Laura tranquila jajaja.

L- No te rías –le di un codazo.

A- Es que si hubieras visto tu cara –dijo llorando, pero ahora de risa- que pena no haber hecho una instantánea.

L- ¿Ya no? Jajaja si, la verdad es que me he liado bastante.

A- Bueno como recompensa te invito a una coca-cola.

L- Hay no… tengo que volver al taller…

A- Ya señorita Laura, pero resulta que yo soy tu jefe -se acerca a mi oído y susurra-  así que doña costurera usted y yo vamos a tomar una coca-cola.

L- Esta bieeen.

A- Vaaamos –me empujó ligeramente, me tapó los ojos con una cinta de terciopelo y me sacó del despacho.

Lo último que escuche fue la puerta cerrarse tras de mí.

Diario de Ana RiveraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora