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— ¿Nos vamos?

— ¡Claro!

Tardé algo en reaccionar, pero carraspeé y meneé un poco mi pelo intentando aparentar el comportamiento más normal visto en alguien.

Él sonrió y tiró el cigarro ya consumido.

— Vamos en mi coche.

Comenzó a andar. Pero yo me quedé paralizada. Paró y me miro para hacerme un gesto con la cabeza. Suspiré y le seguí.

Iba detrás suyo contemplando sus andares y su maldita melena bailando en el viento. Se veía demasiado demasiado.

Cuando llegamos a su coche no pude evitar abrir la boca ante la sorpresa.  Era un coche lujoso y jodidmanete precioso. Bueno… ¿qué se podía esperar de una de las familias más ricas de la ciudad?

Me abrió la puerta del copiloto y volvió a sonreirme con aquella perfecta sonrisa, así que me ruboricé de nuevo pero dándome cuenta de que siempre tenía ese efecto en mi, intenté taparme la cara lo más posible pero sin despegar mi mirada de la de él (creo que definitivamente piensa que soy estupida)

Al final aparté mi mirada de él y la mantuve pocos segundos hacia el suelo.

— Te ves sexy cuando te ruborizas.

— Gra… gracias… supongo.

Entré rápidamente en el coche. No quería estropearlo todo con una absurda respuesta por parte mía.

Él cerro mi puerta y corrió hacia la suya. La abrió y se montó.

— ¿Ya tienes pensado como vamos a hacer el trabajo?

— Hmm… no… bueno, sí… pues supongo. Como todos los trabajos, ¿no?

Carcajeó y arrancó el motor del coche, luego maniobró y salió del parking a toda velocidad.

Cerré los ojos.

— No te gusta la velocidad, ¿no?

Volvió a carcajear.

— No, no es eso. - miré hacia el exterior. — Me encanta la velocidad.

Volví a posar mis ojos sobre él.

— ¿Entonces?

Bajó la velocidad de su ferrari.

Cuando era pequeña solía correr en pequeños circuitos con mi padre. A él le encantaba y me enseñó desde bien pequeña todo lo que tenía que saber.

Me miró un milisegundo y después volvió a mirar la carretera.

Y es que era la primera vez que no me ponía nerviosa frente a él. Pero también la primera que hablaba sobre mi padre después de tanto tiempo.

— Una día le propusieron correr en una carrera oficial de nuestra ciudad. Estaba tan emocionado… y yo también. Me encantaba ir al colegio y decir "mi papá correrá entre los mejores". — reí sin ganas intentando restar importancia a la historia. — El día de la carrera le contemplaba desde las gradas de la derecha de la pista. Cada vez que pasaba por delante de mi le gritaba de emoción.

Me detuve allí y tragué saliva. Había clavado mi mirada en el horizonte y no quería moverlos porque sabía que iban a comenzar a llorar.

— En la tercera vuelta mi padre se adelantó hasta el primer puesto. Yo solo podía saltar de alegría y decir que él era mi padre a todos los que me rodeaban. Cuando tomó la curva más próxima a mi…— me costaba continuar. — … mi padre perdió el control de su coche, chocandose contra la pared. Al principio no estaba preocupada pero cuando la ambulancia llego, sacó a mi padre del coche y se lo llevaron comencé a llorar.
Esa misma noche llamaron a mi madre para decirla que mi padre había muerto de un derrame cerebral.

Las lagrimas habian salido de mis ojos pero las quité rápidamente. Echaba muchísimo de menos a mi padre.

— Desde ese día jamás volví a montar en un coche de carreras. Quemé todo lo relacionado con ello y me prometí no subestimar a la velocidad. Aprendí que tanto la vida como la rapidez en los coches no es ningún juego. Y cada vez que veo a alguien correr demasiado pienso que le podría pasar igual que a mi padre. Como a ti, por ejemplo. — tartamudeé. Aquello me salió solo.

Él trago saliva. El silencio invadió el ambiente.

Me limpié las lágrimas que quesaban en mi rostro con la mano y cerré los ojos. Me imaginé a mi padre y a mi jugando a correr en coches. Qué buenos recuerdos…

— Es duro perder a un padre. Pero es mucho más duro ver como le pierdes, delante de tus ojos.

— Lo siento muchísimo, ______. No lo sabía. Soy un desastre...

Redujo mucho más la velocidad. Giró cuidadosamente a la derecha y entró en una casa enorme.

— Casi nadie lo sabe, tranquilo.

Me sonrió tiernamente.

— Ya hemos llegado.

Salimos del coche y entramos en la casa.

Era enorme. Giré mi vista y encontré a una mujer que jugaba con dos niños.

Ella me miro y me sonrió.

— Hola, señora Bieber.

— Oh, no cielo, no soy la señora Bieber, soy la cuidadora de estos dos bichos que tiene Justin como hermanos.

Apodó tiernamente a los niños. Sentí que alguien pasaba su brazo por mis hombros.

— Vamos arriba, ______.

Justin me sonrió y me dirigió hasta su cuarto.

Addiction » j.bDonde viven las historias. Descúbrelo ahora