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Subimos a su habitación. Era muy grande y todo estaba colocado a la perfección. De la pared colgaban guitarras de millones de colores vivos que hacían la habitación mucho más acogedora.

— Que bonita. - Me limité a decir con un hilo de voz mientras sonreía.

Miré a mi alrededor. Jamás había creído que estaría en la habitación de Justin. Bueno, jamás había creído que hablaría con él y eso era algo que me hacía sentir de la mejor manera conmigo misma.

— Oh, gracias. ¿Nos sentamos?

— Claro.

Dejé mis cosas en su cama y únicamente cogí un bolígrafo y un cuaderno morado.

Me quedé inmóvil frente a él, mi cuerpo se había paralizado de repente. Durante un segundo no sabía ni quien era. Mis mejillas se sonrojaron, demasiado.

— ¿Estás bien? Espera, ¿te molesta que me haya quitado la camisa? Lo siento.

— No... no pasa nada. Es tu casa.

Sonrió y se giró, dejando ver su deseable espalda y sus todos sus tatuajes con cierto brillo, bajo las bombillas de su cuarto.

— Bueno, empecemos.

Se sentó en una de las sillas de su escritorio y comenzó a organizar libros, bolígrafos, cuadernos... A juzgar por su personalidad jamás hubiera imaginado que Justin fuera una persona tan organizada.

Pero yo seguía inmóvil sin poder articular ninguna maldita extremidad. Reaccioné y me senté a su lado. Dejé todo encima de la mesa y miré a Justin furtivamente. Varios segundos después abrí mi cuaderno y fui a alcanzar mi bolígrafo pero no fue precisamente lo que toqué.

No sabía donde tenía la mano. Solo sabía que aquello que había tocado me había dado una corriente eléctrica a lo largo de la columna vertebral, y, segundos más tarde, en el estómago.

Mi corazón latía fuerte, con todas las ganas, y mi sentido común se nubló un segundo. Parecía que en cualquier momento iba a salirse.

— Perdón.

—No pasa nada, Justin. Solo es un bolígrafo,

Dije y tragué saliva.

*Media hora después*

— Este párrafo podríamos ponerle antes que este, así yo creo que quedaría más ordenado.

— Vale, entonces estas dos frases las podríamos quitar, ¿no, ______?

— Sí. Quítalas.

Anoté en mi cuaderno y taché aquellas dos frases que Justin había dicho.

— Un momento, voy a quitarme el jersey, Justin.

Me levanté y me quité el jersey torpemente. Me coloqué rápidamente la blusa y posé disimuladamente el jersey en la cama.

Me volteé y Justin me miraba fijamente. Se había levantado y me miraba de una forma extraña.

— ¿Pasa algo?

— ¿Que mierdas te ha pasado en las muñecas, ______?

Mi corazón volvió a latir a toda la velocidad que puede latir un corazón. Incluso más.

— ¿En la muñeca? ¿Que voy a tener, Justin? ¡Nada!

Dije manteniendo la sonrisa.

— Claro, ______, claro.

– ¿Qué te pasa, Justin?

— Enseñame tus muñecas.

Dijo seco. Se había acercado. Mucho. Demasiado. Y con su mano sostenía la mía.

— No, ¿para qué quieres verlas?

— Si no tienes nada, enséñamelas.

Le miré a los ojos y me subí la manga de la blusa hasta el codo.

Miles de cicatrices de hace tres años vieron la luz.

Justin suspiró y pasó su mano por ellas.

— ¿Hace cuanto...

— Tres años.

Le corté mientras le decía seca. Y me senté en la silla.

Cerré los ojos e intenté recordar todos y cada uno de los detalles, porque sabía que Justin me los iba a pedir.

— ¿Por qué...

— Es largo.

— Tenemos tiempo.

— Yo... 

Justin me cogió de la cintura y me abrazó.

— Ay, Smith... quién diría que bajo esa imagen de empollona se iba a esconder un corazón roto.

Mis lágrimas habían comenzado a brotar y a caer por mis mejillas. Terminaban en mi barbilla y se perdían en su torso.

                       

Addiction » j.bDonde viven las historias. Descúbrelo ahora