Carta 19

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John:

Te cuento todo esto para que sepas lo que venía pasando, por fuera y por dentro mío, hasta que decidiste meterte y arruinar todo.

Durante esos tres meses previos a que te enteraras, nos veíamos a hurtadillas con Ian, disfrutando los besos, los roces, el piel contra piel, la promesa de alcanzar un algo que nos hacía falta.

Hasta llegué a comenzar a integrarme a su grupo. Por lo menos, no huía de ellos.

Pero una noche pasó lo que tenía que pasar. Yo había estado con él paseando por las calles nocturnas de la ciudad, con cerveza de por medio, cuando él me acorraló contra una pared y me besó con intensidad.

Nuestras lenguas bailaban entre ellas a medida que el beso iba subiendo de temperatura. El aire faltaba, la noche era larga y la separación de nuestros cuerpos era cada vez más notable. Queríamos ser uno, hubiéramos deseado fundirnos en un sólo cuerpo.

Ian bajó su mano y empezó a tocarme. Masajeaba mi pene, lo poseía, lo adoraba, y yo gemía.

Lo paré antes de que fuera más lejos y ni siquiera pensé cuando dije:

-Mi casa. Ahora. Vamos, está cerca.

Ian asintió con fervor y comenzamos a caminar sujetados de la mano. A esa hora, poca era la gente que estaba en la calle y, si había alguien, era demasiado extraño o estaba muy ebrio como para que nos preocupáramos.

Llegamos a mi casa y abrí la puerta despacio, si bien no temía encontrarme con nadie despierto, y así fue. Tiré de Ian y lo guíe hasta mi pieza y una vez allí lo tiré sobre la cama y lo observé. Él me miraba, calmado. Yo comencé a quitarme la ropa. 

Era una escena tan...perfecta. Él parecía un dios griego esperando por mí y a pesar de desorden y la suciedad del cuarto, todo brillaba gracias a él. 

A medida que me iba desnudando, noté que su erección crecía. Ian me deseaba y los demonios saben cuánto lo deseaba yo también. Una vez desnudo, me deslicé lentamente sobre él; me rodeó con sus brazos y nos besamos, esta vez en cámara lenta, saboreando cada parte de nuestros labios, disfrutando cada minuto. 

Sentí mi erección contra la suya, mi piel contra su ropa tan innecesaria, su calor con mi calor. No quería que terminara jamás, me sentía completo después de mucho tiempo. 

Pero entonces oí pasos tambaleantes, y la luz del pasillo que se prendía, y tus soplidos quejosos. Paré los besos y el toqueteo con Ian y agudicé el oído. Venías directo a mi pieza. 

Me levanté de un salto de la cama y cuando estaba corriendo para buscar mi ropa, la puerta se abrió. Entraste, al principio perdido, sin poder siquiera distinguir nada entre la semi oscuridad. Me gritabas "pero que mierda de ruido que haces cuando llegas a casa, te parece hacer este ruido cuando llegas a casa, encima mira la hora que llegas  a casa, vos querés que te rompa la cara" y cosas así, cuando yo en ningún momento había hecho ningún sonido.

Pero lo que siguió a esa escena fue incluso peor a cualquier grito que hayas dado jamás. Descubriste a Ian en la cama y te percataste de mi desnudez.

Pasaste tu mirada de él a mí y viceversa, así por minutos. Estaba yo empezando a temblar.

-Vamos papá, afuera.- dije yo entonces. Traté de empujarte pero no te moviste ni un centímetro. Incluso borracho tenían una fuerza que no sabía de donde salía.

-Marica...- murmuraste.- Mi hijo... Un puto marica.

Me miraste. Tus ojos habían pasado de estar vacíos a brillar de ira.

-¡Marica vos!- gritaste y te abalanzaste sobre mi.

Caí al suelo y comenzaste a golpearme en la cara. Una, dos, tres veces y mil más. No parabas. Pensé, por un segundo, que así iba a morir. Muerto a golpes por mi propio padre.

Pero de repente frenaste. Traté de levantarme pero no podía, estaba como mullido. Vi por el rabillo del ojo que habías parado porque estabas forcejeando con Ian, quién trataba de reducir tus brazos sin violencia.

Después mi cabeza volvió a caer sobre el suelo y no puedo mirar nada más. Solo oía los gritos y los puños cortando el aire y pasos y una tercera voz en la pieza.

Alguien me llevó en brazos hasta la cama. Me arropó y acarició el pelo mientras me decía que iba a limpiarme la cara llena de sangre: mamá.

-Él...- le susurré, antes de volver a perder fuerzas.

-Sh, ahora no.

Ella me calló mientras me pasaba una toalla mojada sobre mi cara. Más tarde, la oscuridad total.

Matt.

Cartas de verano ("Historias de estaciones" tomo III)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora