Carta 5

25 3 0
                                    

John:

Fue después de esa tarde que dejé de llamarte "papá". No te merecías el concepto. Mamá y yo nos acostumbramos a el nuevo vos demasiado fácil. Supongo que ninguno de los dos queríamos reaccionar y afrontar el hecho de que no te recuperaríamos y era mejor pedir ayuda.

Entiendo a mamá aunque desearía que hubiera hecho algo. Aún así, estábamos demasiado rotos como para tratar de repararte. Esa es la verdad.

Como la situación me asfixiaba, rápidamente encontré la forma perfecta de descargarme: peleas. Me peleaba con todos en la escuela. Incluyendo las paredes. Desde los nueve hasta los doce fue así. Varias veces mamá tenía que ir a hablar con las maestras que, desesperadas, ya no querían tener nada que ver conmigo.

Pasé de ser el chico listo y amable a ser el chico malo. Supongo que estarías orgulloso. No me quedaban amigos y no había ni un sólo adulto que me mirara con compasión en vez de asustarse de mis formas.

Me habías ganado por fuerza de monstruosidad. Me sentía enfermo. Quería lastimarme pero de eso ya te ocupabas vos. Quería irme pero no debía ayudar a mamá. Quería pedir auxilio pero no había nadie allí, más que yo y mi dolor.

No sé siquiera cómo llegué a pasar a la secundaria. Pero así y todo lo hice. Terminé la escuela primaria y me cambié de colegio, puesto que mamá pensó que seguir la educación secundaria en el mismo lugar que me había ganado una mala fama era mala idea.

Así que trece años, un pasado a cuestas y un ambiente completamente distinto. No tardé mucho, sin embargo, en que todos supieran cómo eran las cosas. Pero en esta escuela, mi maldad era vista como forma de valentía, causante de aplausos y risas. Era ridículo. Yo los odiaba. Ellos me amaban. Yo golpeaba, ellos reían.

Todos menos uno. Todos menos él.

Íbamos al mismo curso desde hacía medio año pero recién capté su presencia cuando, en plena pelea con un idiota de segundo año, se metió y frenó mis golpes. Los demás lo abuchearon. El otro que había estado golpeando corrió. Yo mascullé algo entre dientes.

-¿Qué haces boludo?- lo enfrenté.

El chico me miró, me observaba como si...Como si tuviera empatía por mi. Como si quisiera ayudarme. Compasión, eso tenía en los ojos.

Me irritó esa mirada. Yo no conocía nada de esa clase de gente. Yo golpeaba y me aplaudían. Yo lloraba y nadie sabía. Cualquier otro tipo de emoción me era ajeno.

Me enojó tanto que lo amenacé.

-El próximo sos vos.

El chico entonces cambió de pose y se acercó un paso en mi dirección. Endureció la mirada y frunció el ceño.

-No.- dijo, en voz baja y tranquilo, sin un atisbo de miedo o rabia.- El próximo sos vos. Siempre sos vos. Te estás golpeando a vos mismo y ni te das cuenta.

Entonces dió media vuelta y se fue. Los demás le gritaron cosas. Me decían que vaya y lo agarré y aclaré las cosas. Yo no los escuché.

Miré al extraño alejarse mientras empecé a sentir un nudo en la garganta. Quería llorar en público y gritarle al chico que me ayudara. Yo nunca había sentido eso. Contuve la respiración.

Ese chico, ese que me había mirando de verdad, fue el que me salvó. Su nombre es conocido para vos aunque en ese momento no lo era: Ian, el HOMBRE de mi vida.

Matt.

Cartas de verano ("Historias de estaciones" tomo III)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora