John:
Te escribo esta carta después de tres semanas sin hablarte porque cambié de idea: no se trata de si me duele volver a sacar los recuerdos al sol. Se trata de vos.
Te voy a repetir lo que pasó porque sé que así te va a doler más y ojalá la memoria te persiga por el resto de tu vida encerrado allá porque a mi me persigue encerrado como estoy en mi mismo y no es justo.
Así que esa tarde en la que volví a casa te encontré, como siempre, tirado en el sillón, viendo la televisión. Estabas borracho, podía notarlo por la forma en la que tu cuerpo se desparramaba por entre los almohadones, y aún así creí notar cierta consciencia. Eso fue lo que más dolió más tarde: vos sabías lo qué hacías y sin embargo no paraste de hacerlo.
Coloqué una cámara para que filme todo a un costado de la sala de estar y me paré frente tuyo. A continuación, dije lo único que sabía que te haría reaccionar:
-Vine a buscar a mamá.
Levantaste entonces la mirada como si me vieras por primera vez y torciste la boca, en un gesto de asco.
-¿De nuevo vos acá? Te dije que no volvieras.- mascullaste entre dientes. Te paraste lentamente, como si tus huesos pesaran, y escupiste a mis pies.- No quiero a maricas acá.
Me mantuve firme en mi posición y clavé mi mirada en tus ojos. Tus ojos John... a pesar de todo, ellos seguían recordándome a los viejos tiempos. Temblé en aquel momento porque te pude ver, y me vi a mí, nos vi a los dos por un segundos. Éramos dos cuerpos inertes dolidos, dos almas manchadas.
-No me voy sin mamá.
Como si ese fuera el grito de guerra que estabas esperando, me agarraste por la remera y me tiraste contra la pared sin soltarme. Tenía tu cara a centímetros de la mía y tus puños no me soltaban.
-Yo te voy a enseñar... sí, yo te voy a enseñar...- repetías.
No opuse resistencia y dejé que la cámara lo filmara todo a tus espaldas.
Me soltaste entonces y me pegaste con tu rodilla en el estómago. Gemí ante el golpe y me quedé sin aire, arrodillándome en el piso para tratar de apaciguar el dolor. Pero este no se iba y presentí que iba a vomitar. No me diste tiempo y esta vez fue tu puño el que fue a mi mandíbula.
Caí de bruces al piso, mi cuerpo entero temblando, mi boca sangraba y puntitos negros danzaban en mis ojos. Lo único que podía distinguir entre tinieblas eran tus palabras resonando por todo el lugar.
Y justo cuando esperaba otro golpe, nuevamente la nada. Me quedé quieto, casi inconsciente, mientras oía ruidos lejanos. Pero de a poco mi mente se fue despertando de nuevo y traté de incorporarme, cosa que no pude hacer; levanté apenas la cabeza, único movimiento que sí podía efectuar, y vi dos siluetas rodando por el piso en medio de una pelea.
Entendí todo al instante.
Ian nuevamente intentaba salvarme, a pesar de que le había dicho que era una trampa, de que debía dejar que me pegaras, que yo quería que así fuera.
Por supuesto que tendría que haber supuesto que él no me escucharía.
-No...- susurré, con un hilo de voz, mientras intentaba nuevamente levantarme.
Me arrastré hacia la pared y haciendo fuerza con esta logré sentarme. Abrí más mis ojos y observé con atención lo que pasaba: Ian estaba sobre tu cuerpo, a horcajadas, tratando de sujetar tus brazos contra el suelo. No lo logró puesto que lo empujaste hacia atrás y él cayó, situación que aprovechaste para poder pararte. Él también se levantó de un salto.
Se midieron con la mirada, sendas respiraciones agitadas, con la sala de estar puesta patas arriba. Entonces hiciste algo que en ese momento me paralizó el corazón: agarraste una de las botellas vacías de cerveza, la rompiste y sujetaste uno de los pedazos de vidrio entre tus manos, señalando a Ian.
-No...- volví a decir, aterrado y sin poder moverme.
Ian se tensó, quedándose quieto en su lugar, sin perder de vista el objeto filoso.
Así se quedaron por unos segundos hasta que lanzaste un grito y te tiraste sobre él. Ian esquivó el primer intento de tajada, luego el segundo, hasta que el tercero rozó su cara y tuve que sujetar tus brazos con fuerza, pendiendo como estaba el vidrio tan cerca de su mejilla.
Yo no respiraba. Ian estaba usando toda su fuerza para que el vidrio que empujabas hacia su cara no cayera en la misma, pero sabía que era cuestión de minutos para que ganaras.
Tenía que intervenir.
Apoyándome contra la pared, me fui levantando de a poco. Respiré a grandes bocanadas y busqué algo con lo que pegarte: todo lo que mis manos pudieron alcanzar fue la lámpara. Me aferré a ella como mi salvavidas y caminé paso a paso hacia donde estabas, de espalda a mí.
Cuando estaba por pegarte con la misma, la mirada de Ian me delató y te diste vuelta justo a tiempo. Frenaste el movimiento de mi brazo y volviste a pegarme con tu puño cerrado. Caí.
Te abalanzaste sobre mí y levantaste la mano con el pedazo de vidrio con clara intención de cortarme. No llegaste a hacerlo, Ian sujetó tu brazo pero entonces forcejearon y todo pasó tan rápido... solamente recuerdo a Ian cayendo en el suelo, con el abdomen sangrando. Había sangre por doquier.
Luego te diste vuelta, me miraste por unos eternos segundos. Un golpe de nuevo y fui envuelto por la oscuridad.
Y ese fue el fin.
Matt.
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Cartas de verano ("Historias de estaciones" tomo III)
Romantizm50 cartas de amor nunca enviadas.