Carta 4

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John:

Fuiste cobarde pero te entiendo. Yo lo soy a veces. Me sube la vergüenza muy fácil cuando tengo que hacer algo que tal vez no salga como quiero. Pero una vez que asumo el miedo soy capaz de enfrentarlo.

Vos no eras así. No conseguías lo que querías y eso te hacía sentir miserable y mientras más te encerrabas menos resultados tenías.

Recuerdo que una vez le dije a mamá, con toda la inocencia del mundo:

-¿Por qué a papá no le salen las cosas?

Mamá me retó enseguida, pero se quedó muda al instante, mientras te miraba. Yo la imité y observé que estabas cabizbajo, con el ceño fruncido, meditando mis palabras. Entonces golpeaste con el puño la mesa del comedor y te levantaste de un salto para irte. Saliste esa noche y no volviste hasta la tarde del día siguiente.

Cuando llegaste eras como otro. Estabas sucio, con olor a alcohol, ido. Mamá empezó a gritarte, diciendo que había estado preocupada, que no podías desaparecer así como así, que ya no eras un adolescente para actuar como lo hacías, que eras un hombre.

Hombre. Yo creo que esa es la palabra que más karma trajo a mi vida. Hombre. Como si la hombría fuera puramente objetiva. Qué mierda de pensamiento.

Pero mamá seguía gritando. Y vos seguías sin ser vos. Entonces lo hiciste. La miraste, gruñiste por tanto ruido y la diste una cachetada. Al minuto el silencio.

-Yo te voy a enseñar lo hombre que soy.- no parabas de decir.

La tironeaste, la empujaste. Insultaste con palabras ininteligibles.

Después me agarraste a mí del brazo y me llevaste arrastrando hasta el garage.

-Yo te voy a enseñar lo hombre que soy.- repetías. No parabas de murmurarlo.

Mamá gritaba que me dejaras, que no me metieras en esto. Vos la empujaste hasta que pudiste cerrar la puerta del garage. Entonces te quedaste ahí, quieto, apoyado contra la puerta que mamá no dejaba de golpear del otro lado.

Me miraste. Tenías cuencos vacíos donde se suponía que debía haber ojos brillantes.

Estaba asustado. Nueve años tenía. Vos estabas asustado pero ni eso te paraba. Hombre, claro.

Te acercaste y te arrodillaste hasta quedar a mi altura.

-¿Así que vos pensas que a mi no me salen las cosas?- no contesté, obvio. Tu voz era grave y grotesca y tu aliento demasiado fuerte. Temblaba.- Contesta, un hombre contesta.

Nos miramos en silencio. El aire empezó a faltar. El mundo se hizo pequeño.

-¡Contesta carajo!

Ahí fue, la primera cachetada. Después más gritos. Mi silencio de nuevo. La segunda. La tercera. La cuarta...

No lloré. Me aguanté las lágrimas mientras mordía mis labios y sentía mi cara arder. No lloré, ese fue mi error. En cambio me limité a recordarlo todo, y me prometí venganza.

Aunque nunca tuve en cuenta John, que la venganza tiene doble filo.

Matt.

Cartas de verano ("Historias de estaciones" tomo III)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora