John:
Los días siguientes fueron iguales a los anteriores. En la escuela, Ian se acercaba a hablarme pero con la misma naturalidad y confianza de siempre. Yo lo miraba, lo escuchaba y sonreía.
Había momentos de soledad, por supuesto. Yo era el freak y él tenía sus amigos, por lo que me quedaba la mayoría de las horas de la mañana en el fondo del salón, en el fondo de mi vida.
En casa también era lo mismo. Tus borracheras, tus gritos, las peleas, el llanto de mamá de vez en cuando (porque ella ya se había acostumbrado tanto a la situación que ni siquiera lloraba).
Pero el cambio estaba adentro. Yo me sentía adentro, yo sentía. Y eso era más que suficiente.
El sentimiento era tan poderoso que, recuerdo, una mañana me levanté de mi silla y le pedí a Ian que me acompañara. Él no se mosqueó, hizo lo que le pedí sin reproches.
Lo guíe hasta el baño y, cuando ví que se vaciaba, lo empujé dentro de uno de los compartimientos y cerré la puerta. Después lo besé, fuerte, salvaje, con mordidas incluidas. Nuestras respiraciones se volvieron entrecortadas.
-¿Qué haces?- dijo él, entre besos.
-Lo que queremos hacer.
Y cuánto queríamos.
Matt.
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Cartas de verano ("Historias de estaciones" tomo III)
Romance50 cartas de amor nunca enviadas.