Julian se despertó, se levanto de la cama y miro un poco a la ventana, pudo ver bastantes sirvientes apresurados de un lado a otro mientras adornaban todo el jardín.
Había olvidado que era el día de su cumpleaños. Sinceramente no le importaba el gran festejo que su padre le organizaba todos los años, se había convertido en algo tedioso y lo peor es que no conocía ni a la mitad de los invitados.
Se dio una ducha rápida y decidió vestirse lo más simple posible, pues a pesar de tener mucho dinero no le importaba cómo se vestía. Miró un poco dentro de su closet por última vez y encontró esa chaqueta de piel repleta de picos de metal y los detalles en verde, hacía años que no la usaba, así que no sería mala idea volverla a usar en un día especial.
Cuando estuvo listo salió de su habitación, bajo las escaleras y se dirigió a la cocina, una vez ahí tomó asiento frente a la mesa.
—Joven, Feliz Cumpleaños, ¿que tal se siente?— preguntó Maya, la sirvienta principal y la favorita de Julian, siempre la ha considerado casi como una madre. Una mujer de piel morena y complexión robusta, de aproximadamente sesenta años.
—Me siento bien— respondió tranquilo, esperando mientras que ella le preparaba el desayuno. No era necesario que lo pidiera, ella ya sabía lo que le gustaba.
—Me alegra escuchar eso.
Julian revisó su celular y respondió las pocas felicitaciones que le habían llegado. No era de muchos amigos, así que no esperaba recibir más.
Maya le entregó el desayuno sobre la mesa y le dio un ligero beso en su frente, cosa que lo alegró, no mucha gente lo trataba así. Como siempre, ella no lo decepciono, siempre cocinaba tan delicioso. Cuando terminó de comer se levantó y dejó su plato en el fregadero.
Lentamente se dirigió al jardín para poder ver lo que su padre tramaba esta vez. Habían colocado cables con pequeñas luces desde las partes más altas de los árboles, las cuales pasaban de uno a otro. Habían pequeñas mesas redondas con sillas a su alrededor y flores en el centro, con manteles rojos y azules, sus colores favoritos. En uno de los extremos se encontraba un escenario, seguramente John había contratado alguna banda para que tocara durante la fiesta.
Julian rodó los ojos y con un suspiro pensó que sería mejor volver dentro un tiempo más.
—Julian! Mi campeón! Feliz cumpleaños!— dijo John con euforia en cuanto se topó con él. Apenas terminó de decirlo cuando sus largos brazos rodearon el delgado cuerpo de Julian y con una de sus manos revolvió aún más su largo cabello. Éste no tuvo más remedio que corresponder el abrazo.
—Espero que te guste la fiesta, hijo— agregó separándose de él y dándole unas palmaditas en la espalda.
—Me encanta— respondió con hipocresía.
Mientras John seguía dirigiendo todos los preparativos, Julian regresó a su habitación, le gustaba estar apartado de la sociedad.
Tomó sus audífonos, los conecto a su celular y los colocó en sus orejas para poder escuchar un poco de su música favorita. Amaba el rock, así que se decidió por la lista de reproducción con los éxitos de tal género.
Después de al menos unas dos horas, alguien tocó a su puerta.
—Adelante— agregó pausando la música y retirándose los audífonos.
—Jules, la fiesta está por empezar ¿gusta bajar?— dijo Maya abriendo ligeramente la puerta.
—Ya voy— respondió con una sonrisa.
Julian se levantó y guardando su celular en el bolsillo salió de su habitación y bajó hasta el jardín.
Bastantes invitados ya habían llegado y se encontraban en las mesas mientras platicaban con John. Él decidió pasar lo más lejos posible para evitar saludar a las personas, y vaya que funcionó.
Al fondo, casi al lado del escenario, pudo ver una mesa rectangular con un pastel en el medio, dedujo que era de chocolate por ese característico color cafe. Pero detrás de éste se encontraban dos globos, inflados con helio, formando el numero veinticinco.
"Vaya ridiculez" pensó.
El tiempo pasaba y los invitados eran cada vez más, llenando todas las mesas, algunos se encontraban en la barra y otros simplemente divirtiéndose por ahí. Pero todos se deleitaban con las hermosas piezas de música clásica que interpretaba la banda que había sido contratada. La favorita de Julian era el Réquiem de Mozart, por lo cual en un momento oportuno, se acercó a ellos para solicitarlo.
Una vez caída la noche, John dio su típico discurso que tanto aburría a Julian, quien ahora se encontraba sentado con una cerveza en su mano, mirando todo con desinterés. Cuando su padre terminó de hablar, dio un último trago y dejó la botella vacía sobre la mesa, encaminándose a la barra donde estaba la comida.
Cuando estaba a unos cuantos pasos de ahí, de reojo pudo ver una silueta corriendo hacia él. Volteó hacia ese lado y se encontró con un hombre apuntándole con un arma. Todos los invitados se levantaron y comenzaron a correr hacia la salida. John permaneció en su lugar y llamó a los escoltas.
—Deja el arma, por favor— dijo Julian alzando las manos en forma de sumisión. El hombre estaba repleto de rabia, pero no se atrevía a dispararle.
De pronto se escuchó un ligero chiflido e inmediatamente el agresor cayó muerto frente a él. Había sido un disparo limpio, justo en la cabeza.
Julian dio unos pasos hacia atrás para evitar que la sangre tocara sus zapatos. Volteó una vez más a su derecha y, para su sorpresa, no se trataba de ninguno de sus escoltas. Se trataba de un chico de estatura promedio, fornido, de tez morena y cabello negro.
—Que rápido te olvidas de tu mejor amigo— declaró el chico acercándose a Julian, aún con el arma entre sus manos.
—¿Diego?— preguntó Julian, pues no lo reconocía del todo. Solamente tuvo un pequeño recuerdo de su infancia cuando lo oyó decir eso.
—Así es— respondió con una risa por la distracción de este.
—Hace años no nos veíamos.
—Tuve que ayudar a la familia, ya sabes.
Diego formaba parte de la familia Solórzano, directamente desde México, se dedicaban al tráfico de todo tipo armas de fuego, pero su especialidad eran las militares.
Conoció a Julian cuando eran solo un par de niños, los dos de la misma edad, en esos viejos tiempos que las dos familias eran bastante cercanas, hasta que los Solórzano tuvieron problemas y se vieron obligados a salir de los Estados Unidos, rompiendo la gran amistad que tenían aquellos dos.—Es un gran gusto volver a verte— declaró Julian con una sonrisa —¿Te parece si vamos dentro para platicar? De todas maneras la fiesta ya terminó.
—Tienes razón— dijo siguiendo el camino de su amigo.
Los sirvientes se dedicaron a sacar el cuerpo y limpiar la sangre que había derramado. Mientras tanto, John desató su ira contra los escoltas por no haber llegado a tiempo, los dos admiraron aquella escena y soltaron unas risas burlonas. Sinceramente nadie de los que estaban ahí se encontraba asustado, era normal para todos ver algo así.
Julian dirigió a Diego hasta su habitación, una vez que se encontraban ahí, él busco un poco en su refrigerador personal y sacó un six de cerveza, seguido de una botella de vodka y una de coca-cola.
Los dos chicos comenzaron a platicar sobre todo lo que había ocurrido durante todo ese tiempo de estar incomunicados y no tardaron en beber todo lo que tenían. Cuando el alcohol fue demasiado, los dos terminaron dormidos en el suelo. Totalmente ebrios.
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Business Dog (Julian Casablancas)
Fanfiction"Sangre en sus dientes, muerte en sus mentes" ese es el lema de la familia Casablancas.