Capítulo 10: Hechizarium

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No pude apartar mi mirada de aquel trozo de tela azulada, preguntándome quién sería su dueño. Cuanto más pensaba en ello, más dudas me invadían.

- Ya falta poco para llegar – dijo de repente Yenos, provocándome un pequeño sobresalto.

- Ah, si... muchas gracias por traerme de vuelta, Yenos – contesté con un hilo de voz a la vez que volvía a esconder la tela.

Tras dejarme en aquellos portones se alejó rápidamente al galope y en algún punto su silueta se perdió de vista en el horizonte. Miré de frente aquel imponente castillo, allí me encontraba de nuevo, parecía que algo o alguien no quería dejarme avanzar de ninguna de las maneras. Decidí entonces buscar otra vez a la reina, aunque ya me sentía algo intrusiva.

En mi segundo recorrido por los pasillos fui acompañada por Kapuku, que parecía no fiarse de mí después del suceso con el pozo. De repente, oí un gran alboroto proveniente de una sala flanqueada por enormes puertas, una de las cuales estaba entreabierta. No entraba en mis intenciones eso de espiar, pero al pasar por delante escuché algo que atrajo mi atención por completo:

- Mi reina, con todo mi humilde respeto, no creo que sea buena idea que un humano campe por el reino a sus anchas... – dijo una voz ronca y anciana.

- Su posición ahora mismo no es muy buena que digamos, y si esto se descubre... - añadió otra voz, esta vez femenina y con tono de preocupación.

- Sé que estoy en una situación desfavorable, pero debéis comprenderlo. Ya sabéis lo que significa que esta humana, Elina, haya sido capaz de cruzar la barrera – pude distinguir claramente que esa voz pertenecía a la reina Beatrice.

Un coro de voces empezó a inundar la sala hasta que la soberana pidió silencio, para después continuar con el debate.

No entendía muy bien de qué iba todo eso, pero lo cierto era que el tema principal era yo. Me asomé entonces por el hueco de la puerta; la sala era sencilla en comparación con el resto del castillo, estaba rodeada de ventanales que permanecían tapados por largas cortinas de un tono verde oscuro y en el centro de la sala se extendía una gran mesa.

Alrededor estaban sentadas diferentes personas, algunos con aspecto más humano que otros, entre ellos se encontraban un anciano de baja estatura y larga barba blanca y una mujer de piel escamosa y azulada, ataviada ostentosamente. Reconocí en ellos las dos voces que me habían atraído hasta allí y seguí escuchando, a la espera de algo relevante que me ayudase a volver:

- Cierto es que Amabel era la única capaz de hacerlo... - interrumpió el silencio la mujer de piel azulada.

Hubo un silencio sepulcral de nuevo, como si tuvieran miedo de intervenir tras aquella frase. ¿Quién sería esa tal Amabel?

- ¿Cuál es la situación de la muchacha ahora mismo, su majestad? – preguntó un hombre enano de orejas puntiagudas y dientes afilados.

La reina Beatrice no contestó, se limitó a agachar la cabeza mientras la giraba de un lado a otro en señal de negación. Todo aquel salón volvió a sumirse en el caos, ¿tan importante era que me hubiese ido fuera del castillo?

- ¡Estupendo! ¡Sólo nos falta que la chica tenga sus mismos poderes! – exclamó otro hombre tan viejo como el primero.

- No seas impertinente – dijo el enano, haciendo que todo el mundo volviera a la calma – no hay manera de que eso suceda, a menos que encuentre el li...

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