ÉL

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Carraspeo y continúo cantando. Lo hago hasta que mi garganta no puede más e incluso en ese momento, quiero seguir cantando. Quiero seguir cantándote, Gema.

El tema que te acabo de escribir es el más sentido que he hecho jamás. Cada acorde, cada palabra, cada verso y cada estrofa; tienen tu esencia impregnada. Mi piano a partir de hoy lleva tu nombre.

Por cierto, esto nunca te lo he dicho, pero qué nombre tan hermoso tienes.

Gema.

Lo leo, lo digo, lo susurro, lo grito y sé que nunca me cansaría de hacerlo.

Empieza con G. G de las ganas de vivir que me otorgabas, de lo grande que me sentía a tu lado, de lo genuina que fue nuestra relación de principio a fin y de la garúa que se ha anidado en mis ojos al recordarte.

Luego viene la E de esa empatía tuya que me cautivó desde que te conocí, de la efusividad con la que vivimos cada día y de aquella, nuestra frustrada eternidad.

De la M prefiero no acordarme porque de inmediato se me viene a la mente el amigo que triste y estúpidamente perdí.

Y como no podía ser de otra manera, todo finaliza en la A. La A del amor que perdí, de la admiración que te sigo teniendo, de nuestra avidez por aventurarnos a entregarlo todo... de la inefable amargura que siento hoy.

A de aceptación. Porque sí, aunque me parta el alma el solo hecho de pensarlo, hoy acepto por fin que te he perdido para siempre, Gema.

Y sin embargo, te quieroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora