Capítulo I

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Orlando cerró su laptop con fuerza, le dolía la cabeza por la frustración. Había pasado toda la noche en vela tratando de escribir.

«Tratando» era la palabra clave. No se sentía inspirado, y la presión de su agente era casi insoportable y no era para menos, luego de tres best sellers el público esperaba que su cuarta novela fuera mucho mejor.

Se dirigió a la cocina con la intención de prepararse otra taza de café, abrió el gabinete para percatarse de que se había acabado. Tampoco había azúcar.

—¡Maldición! —exclamó malhumorado.

Tomó su celular para ver la hora. Eran las seis de la mañana y la panadería de la esquina estaba por abrir, aprovecharía sus ganas de tomarse una bebida caliente para bajar a comprarse desayuno también.

Se puso el primer pantalón que encontró junto con su chamarra favorita, y al acercarse a la puerta oyó el tintineo de unas llaves en el corredor externo. Con curiosidad asomó su vista por la mirilla esperando ver la atractiva silueta de Amelia, y su expectativa fue satisfecha inmediatamente, ahí estaba, con los hombros caídos como siempre.

Se apresuró a abrir la puerta y sonrió para sus adentros al notar el sobresalto de la chica. Constantemente se comportaba como un animal acorralado, y constantemente se preguntó la razón de ello.

—Buenos días —saludó Orlando cortésmente.

—Buenos días —susurró Amelia. Si Orlando no estuviera acostumbrado a su asustadiza voz, hubiera creído que no le había contestado.

—Hoy estás saliendo más temprano que de costumbre —dijo él con la intención de iniciar una conversación, se arrepintió casi inmediatamente, podía ser percibido como un acosador que estaba pendiente de sus idas y venidas, cuando en realidad solo era una casualidad que coincidiera con ella mucho más que con otros vecinos. Que vivieran en la misma planta tenía algo que ver con eso.

—Tengo un examen —replicó Amelia con ese tímido tono de voz que la caracterizaba.

Esperaron en silencio la llegada del ascensor, Amelia se encontraba tensa, como de costumbre, y Orlando deseó relajarla, como de costumbre.

Esa delgada chica de cabellos rubios oscuros y ojos castaños claros despertaba emociones incomprensibles en el joven escritor. La chica era un enigma que él deseaba descifrar.

Por el rabillo del ojo, Orlando observó la espalda encorvada de Amelia bajo la pesada mochila que cargaba. Él ya había aprendido a no ofrecerle ayuda, incluso cuando la encontraba cargando las pesadas bolsas de los comestibles, nunca aceptaba su asistencia. Otro motivo más para sentirse intrigado por aquella atractiva mujer que parecía no reconocer la fascinación que provocaba en él.

El viaje por el ascensor fue incómodo para Amelia, aquel hombre la intimidaba, siempre con sus ojos ambarinos fijos en ella. La llegada a la planta baja no fue tan rápida como ella hubiera querido, pero al abrirse las puertas, murmuró un rápido «hasta luego» y salió del edificio como alma que lleva el diablo.

Orlando sonrió admirando su trasero, pequeño, pero bien formado, se imaginó sus manos recorriendo aquellas protuberancias, fantaseó por unos segundos quedándose parado en medio de la acera, había olvidado qué hacía ahí. Amelia tenía la capacidad de hacer perder la noción del tiempo y el espacio.

—Café. Desayuno —se recordó a sí mismo.

Vecinos (COMPLETO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora