q u i n c e

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15

Comencé a reírme a carcajadas al ver el rostro que Jimin tenía plasmado.

Después de cenar, fuimos a un parque de atracciones cercano y decidimos comprar un poco de algodón de azúcar. La quedada iba bien hasta el momento en el que un pequeño niño, de menos de diez años, corrió en nuestra dirección y sin querer terminó vertiendo todo el contenido de su helado en la chaqueta trajeada de Jimin.

—¡Hyeon! —Medio gritó Jimin, con las mejillas sonrojadas.

No supe cuanto tiempo estuve riendo, Jimin, que había desaparecido durante algunos segundos, me agarró del brazo y comenzamos a caminar hacia el aparcamiento. Mi risa cesó al notar un dolor punzante en el brazo por el que me estaba agarrando Jimin.

—Oye —Dije secándome las lágrimas que caían de la previa risa— Me haces daño.

Jimin siguió caminando, como si no me hubiera escuchado, cada vez más rápido. Se había quitado la chaqueta y ahora dejaba ver la camisa ceñida y negra que llevaba debajo. Tenía las mangas subidas hasta la mitad del brazo. Jimin iba un par de pasos por delante por lo que podía tirar de mi con facilidad. Aunque me quejase por el dolor que me provocaba, Jimin seguía caminando sin hacerme caso, hasta que llegamos a su coche.

El rubio soltó su agarre y al fin pude ver claramente mi brazo. Tenía marcado la mano de Jimin en color rojo, confirmándome que realmente me había agarrado con más fuerza de la que debería.

Sin mirarme ni un segundo, Jimin abrió la puerta del copiloto y luego se metió en el coche por su lado, cerrando de un portazo. Caminé, enfadada hasta el lado del coche que me pertenecía y cerré con cuidado la puerta del coche, entonces, me quedé mirándolo, esperando a que me hiciera caso. Se encontraba con la cabeza entre las manos.

Jimin levantó la cabeza en mi dirección, tenía el ceño fruncido, parecía muy enfadado.

Levanté el brazo que me había agarrado y le mostré la latente marca, al principio, no se inmutó, pocos segundos después, se dio cuenta de que aquello lo había provocado él.

—Hyeon, no quería hacerte daño. Por favor, créeme —La expresión de Jimin se había suavizado y ahora solo quedaba la expresión de un niño asustado, podía hasta decir que tenía los ojos llorosos.

Me puse cómoda en el asiento y até el cinturón. Me dediqué a observar por las ventanas tintadas del coche, viendo el reflejo de Jimin mirándome.

—Llévame a casa —Dije, sin quitar la vista de su reflejo.

Jimin suspiró con pesadez y arrancó el motor de aquel caro coche, dio un tirón al mando de marchas y arrancó sin dudar del aparcamiento. La conducción hasta mi casa fue silenciosa, él no movió la vista de la carretera y yo no lo hice de la ventana, podía cortar la tensión en el ambiente con un cuchillo.

Como no estábamos muy lejos, llegamos a mi apartamento en menos de media hora. Bajé del coche sin despedirme, una vez fuera, saqué mis pies de la tortura que eran aquellos tacones y comencé a caminar descalza en dirección a la puerta de mi casa. Metí la llave en la cerradura, di una vuelta, dos. Un brazo apareció por encima de mi cabeza, apretando la puerta hacia dentro, para que no pudiera abrir. Me giré en dirección a la persona que poseía aquella extremidad y des de abajo, vi a Jimin con los ojos clavados en la madera que había por encima de mi. Aunque no fuese la más baja de la historia ni él el más alto, verlo des de aquella altura me intimidaba más de lo quería admitir.

—Hyeon... —Susurró Jimin. Su voz no era fuerte o agresiva, había hablado con un susurro ronco, mostrando aquella voz masculina que solo tenía cuando estaba muy cansado, enfadado o triste— No quiero que esto estropee lo poco que tenemos, no quiero volver a perderte.

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