23. Funeral

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Faltaba un mes para mi cumple años, no sabía si invitar a Yasín y Laura, no hablábamos desde hacía meses.

Fernando estaba enfermo por lo cual caminaba sola a casa, no se escuchaba el ruido habitual.

—¿Mamá?

Silencio.

—¿Mamá? —volví a gritar mientras subía las escaleras.

La puerta del baño estaba cerrada y se escuchan ruidos dentro, dejé salir el aire que aguantaba al notarlo. Toqué la puerta, los ruidos no cesaron.

—¿Mamá? ¿Puedo pasar? —sin esperar respuesta abrí la puerta.

Una imagen que nunca podré borrar de mi memoria, mi madre teniendo convulsiones en el piso del baño, de repente todo cesó.

Para cuando salí de mi estado de shock ya era demasiado tarde, estaba muerta, pude comprobarlo al abrazarla y no sentir los latidos de su corazón.

Mamá... te quiero mucho.

Fui tan torpe al quedarme viendo, pude haberla ayudado. Me quedé en el baño, con su cuerpo en mis brazos, sollozando en silencio sin saber que hacer.

Mamá, te quise mucho.

Marqué el mismo número una y otra vez hasta que me di cuenta que apagó el teléfono. Marqué un nuevo número.

—Te necesito —comencé a sollozar

—¿Qué tienes, Meri?

—Mamá... está... muerta —fue lo único que pude decir.

—¿Estás en tu casa? —mi respuesta fue un nuevo sollozo— voy para allá.

Colgó y nuevamente no supe que hacer, dejé a mi mamá en el suelo y seguí llorando sin consuelo.

—¡Meri! —gritó Laura. No contesté, no tenía ánimo para hacerlo.

El papá de Laura fue el primero en entrar, ella iba detrás, apenas me vio corrió a abrazarme y me sacó de ahí.

—Soy el doctor Aguilar, tengo a una mujer posible víctima de un infarto —el papá de Laura hablaba por teléfono— No, no tiene pulso.

Laura cerró la puerta y me llevó a su carro. Ambulancia, un cadáver y una huérfana

Al día siguiente estábamos en un funeral, no eran demasiadas personas, solo la compañera del trabajo de mi mamá, Yasín y Laura con su familia y obviamente la familia de Fernando.

—Te amo, Meri —me tenía entre sus brazos, ni siquiera el hecho de escucharlo decir eso por primera vez me hizo desviar la mirada del ataúd.

—No contestaste... —murmuré bajo.

—Estaba durmiendo, no creí que fuera importante —no había signos de alguna enfermedad en su voz.

—Nunca te llamo tantas veces.

—No vi tu nombre —sentía su mirada, estaba molesto.

Asentí y me recosté en su brazo, no quería discutir.

Atrapada en tus mentiras Donde viven las historias. Descúbrelo ahora