29. Llave

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Fernando cumplió su palabra, al día siguiente de nuestro regreso me cubrió los ojos y subimos al carro.

Me llevó cargada como un costal de papas, escuché una cerradura, me quitó la venda.

—Nuestra nueva casa y tu nuevo anillo. —me puso el anillo, que era aún mas extravagante que el anterior— ¿entramos?

Sin esperar respuesta me cargó de manera diferente y entramos.

A partir de ahí todo fue de mal en peor, Fernando se enojaba por la mas mínima cosa, si la comida tenía poca sal gritaba y rompía todo lo que tenía cerca pero nunca me pegaba a mi.

El primer día que me tocó fue simplemente porque perdió la llave.

—¡Yo la dejé aquí! —Gritó en cuanto notó su ausencia— ¿en dónde la dejaste?

—No la moví.

—¡Tú eres la que está todo el día aquí! Si yo no la tomé debiste haber sido tú.

Negué una y otra vez.

—¡Deja de ser tan estúpida! —Gritó antes de darme una cachetada.

El dolor era insoportable, cubrí mi cara.

—¿Dónde la escondiste? —Dijo jalando mi cabeza hacia atrás por el cabello.

—No la moví —lloraba.

—¡Yo la dejé sobre el mueble y ya no está! —Aventó mi cabeza hacia atras, el impacto con la pared me hizo tambalear unos segundos.

—Hay una copia —murmuré antes de que pudiera seguir.

—¿Qué? —Acercó su cara a mi boca.

—Hay una copia.

—¿Y apenas lo dices? —Me dio otro golpe en la cabeza— ¿en dónde está?

—Segundo cajón de la cocina —corrió a buscarla y salió de la casa.

Me quedé hecha un ovillo en el sillón, debía volver a intentarlo.

Atrapada en tus mentiras Donde viven las historias. Descúbrelo ahora