30. Libre

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Tenía cuatro horas antes de que Fernando llegara de la universidad, tomé mis cosas y las metí apresuradamente a una mochila. No me molesté en dejar una nota, solo dejé el anillo en la cama.

Llegué a la estación y subí al primer tren que llegó. Me senté en un asiento junto a la ventana.

Veo el mundo que me ha aterrado tanto tiempo alejarse, al fin lo dejo. Sin embargo, no es la sensación que tanto anhelaba, tengo miedo, la última vez que traté de escapar no resultó como esperaba. Soy una cobarde, otra vez huyendo de mis problemas, lo único que he hecho en mi vida es dejarme llevar por la corriente.

Sus palabras resuenan en mi cabeza

"¿Qué dijiste?"
"Haz lo que yo te digo"
"Si no soy yo, ¿Quién?"
"Te va a gustar"
"Confía en mí"

Si huyo ahora viviré el resto de mi vida con temor a su regreso, lo ha hecho ya una vez y no dudo que lo vuelva a hacer.

Apenas suena el altavoz avisando la llegada del tren a la estación, me paro de mi asiento y corro hacia la puerta, salgo, busco un tren de regreso y subo.

Pienso en las palabras que voy a decir, lo imagino a él lanzando sus amenazas, imagino cada uno de nuestros movimientos hasta que suena nuevamente el altavoz, salgo con mi maleta en mano y camino las cuadras que separan la estación del tren de la casa que nunca llegué a llamar "hogar". Al fin lo voy a enfrentar, esta vez no voy a huir, estoy cansada de retroceder. Al fin va a dejar de atormentarme.

Para cuando llego a casa también él lo ha hecho.

—Volviste a intentarlo —trago saliva.

—Sí.

—Y volviste —suelto una carcajada que pretende sonar segura.

—No, soy un holograma.

—No me hables así —la sangre hierve dentro de mí.

—¡Te hablo como me place! Llevas años controlándome pero, ¿adivina que? ¡Me cansé! Estoy harta de ser tu títere —mis piernas tiemblan del miedo.

—¡Mientes! He hecho todo por tí.

—¿Has hecho todo por mí? ¡Me hiciste abortar! ¡Tomaste mi dignidad y la trataste como basura!

—¡Cállate! —pelimina el espacio entre nosotros y me golpea por segunda vez en el día, ¿o tercera?

—Eres estúpido y miserable.

—¿Yo? Tú has sido la que ha vivido en la sumisión toda su miserable vida.

—Y tú el que recurre a la violencia por no tener argumentos válidos.

—¡Eres una hipócrita!

—Y tú un maldito abusador.

—¡Me engañaste! ¡Tus votos!

—Yo no podría escribir algo así, lo hizo tu madre.

Su rostro denota una perplejidad, desearía tanto tomarle una fotografía...

—¿Nunca me quisiste? —pregunta derrepente recargado en la pared, temiendo mi respuesta.

-Nunca.

—¿Y nuestra primera vez?

-Yo diría que fue más... una violación —levanta la mirada, luchando contra todos mis impulsos se la sostengo.

—¿Violación? ¡Te encantó! ¡Todas las veces que lo hicimos te encantó! —niego con la cabeza, una sonrisa triste se forma en mis labios.

—Ninguna de ellas la disfruté, ningún beso si quiera me hizo sentir algo aparte de repulsión.

—¡Si eso fuera cierto nunca te hubieras casado conmigo!

—Nunca respondí a tu propuesta.

—¡Pudiste hacerlo en la boda!

—Me dio lastima dejarte plantado.

Camina de un lado a otro golpeando cosas—. Tus amigos... si es que puedo llamarlos así —no... con ellos no...— se fueron porque yo se los pedí, les dije que era mejor para ti que cualquier rastro de su vida anterior desapareciera aunque no creí que harían caso.

Me recargo en la barra de la cocina y tomo lo primero que toca mi mano, ahora que he empezado no puedo permitirme ser débil.

—Si fue así de fácil que se fueran me alegra que lo hicieran —digo intentando que parezca que no me importa.

Murmura algo.

—Cambié los antidepresivos de tu mamá por las pastillas para dormir de José, creí que si no moría por ellas moriría de depresión —siento un vuelco en el cuerpo, un vacío que intenta tragarme— aunque eso no hubiera pasado si hubiera aceptado la idea de casarnos.

Cierro los ojos, ahora no, tienes que soportarlo.

—Meri, ahora que ya no hay secretos podemos olvidar todo esto y seguir con nuestra vida —dice mientras da unos pasos hacia mí.

—¡No quiero seguir con esto! —le clavo el cuchillo que había tomado en el brazo, profana un grito de dolor antes de caer al suelo.

Corro con la intención de encerrarme en una habitación pero al pasar a su lado jala mi pie haciendo que caiga, comenzamos a forcejear, yo bajo su cuerpo.

—Ya no eres tan valiente ahora, ¿o sí? —Su mano sana va hacia mi cuello, lucho por tomar cualquier cosa que pueda servirme. Lo golpeo en la cabeza con una lámpara que se rompe al instante y me libero de su agarre.

Agotada por la lucha tomo el teléfono.

—Novecientos once, ¿cuál es su emergencia?

-Mi esposo, trató de matarme, creo que él está muerto —comienzo a llorar, me siento tan libre.

Último capítulo

Atrapada en tus mentiras Donde viven las historias. Descúbrelo ahora