Día de fiesta. Las risas y la alegría reinaban en cada esquina, cada hogar de aquella aldea. Desde la aparición del lobo no habían celebrado nada, ni siquiera cumpleaños.
Pero ahora era diferente.
No había de que preocuparse. Solo había que cuidar que los niños no se perdieran o se lastimaran y nada más.
Las muchachas arreglaron su cabello y lucieron sus más lindos vestidos.
Los muchachos se afeitaron y alisaron sus mejores ropas para impresionarlas.
Pero había algo más importante: todos preparaban disimuladamente las cosas para sorprender a Dáiady. Todo el pueblo ya la quería como si fuera un regalo del cielo, su alegría, su bondad y también su belleza le habían dado una gran fama. Las festividades eran otro día, pero decidieron celebrarla el mismo día del cumpleaños de la sirena.
Las jóvenes de la aldea no la envidiaban, si no que más bien, le pedían concejos y le confiaban muchas cosas. Tenía tantas amigas que en todo el día la visitaban. Pero tuvo que rechazarlas un día en que irían a nadar al rio, se inventó algunas excusas y al fin no fue.
Taris ese día se sintió un poco triste, pues observó que ella tenía muchas ganas de ir.
Él pensó que en cierto sentido ella se sentía como una esclava o prisionera, pues no salía mucho. Solamente iba al mercado, compraba pan en el negocio de Jarie y nada más.
Por eso, Taris no le preguntaba nunca porque a veces se tardaba en volver. Comprendía que necesitaba relacionarse con más personas, aparte de él. Ni siquiera le molestaba cuando una de las muchachas venía a verla.
Pero ese día, ambos se paseaban por la aldea, radiantes de felicidad. Se detenían a menudo para platicar con las personas; todos los conocían. Los señores respetaban a la sirena, nunca la miraban de mal manera, pues los adultos la querían como una hija y los jóvenes como amiga y hermana.
¿De qué otra manera podrían agradecer a las dos personas que los salvaron del ser que los sumergió en el terror y la angustia?
-Oye Taris, ¿podría bailar con Dáiady?
Taris miró hacia atrás y observó a un niño un poco tímido. Miró luego a la sirena y ambos se sonrieron. Taris lo levantó con cariño y lo elevó en el aire.
-Por supuesto que puedes bailar con ella- se le acercó al oído y le susurró -. Por cierto me dijo que te ves muy guapo hoy.
El niño, cuyo nombre era Tebin sonrió. Bajó de los brazos del lobo y corrió donde su mamá.
-Escuché lo que le dijiste, Taris. Le señaló Dáiady.
El lobo sonrió con una pequeña risita y dijo
-Quería que eso pasara. Además quiero que sea Tebin, el primero con el que bailes, pues yo aún recuerdo que solo sé bailar lo que me enseñó Carbasto.
-Ojalá que no me tropiece.
-no te pasará nada. Solo te caerás y ya.
-Muy gracioso Taris, muy gracioso; esas son las frases más motivadoras que necesitaba escuchar.
Después, comenzó la competencia de pasteles. Taris le dijo a Dáiady sobre esta competencia hace unos día. La sirena se mostró interesada y empezó a planear el tipo de pastel que haría. Taris creyó que eso era exagerar, pues todo lo que ella cocinaba le salía exquisito. Aun así dejó que hiciera lo que a ella le parecía mejor, solamente se sentó en una silla y observó el proceso. La sirena preparó todo: el horno, los ingredientes... Taris sonreía viéndola tan atareada, jamás creyó que le gustaría tanto esta clase de competencia.
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El Lobo y la Sirena
Werewolfuna noche Taris un hombre lobo se conoce con Dáiady,una sirena quien es buscada y perseguida por un grupo de piratas, liderado por el terrible capitán Keyval.