Capítulo 8

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Pasados cinco días, Taris y Dáiady viajaban en busca de la villa. Esta vez tomaron rutas más alejadas de los poblados. Y tenían razón; no querían separarse nuevamente por causa de las personas. Taris la veía disimuladamente, no podía dejar de verla, era algo de lo que nunca podría aburrirse. La sirena con su habilidad de sentir las emociones y los sentimientos percibía algo en su amigo. Era muy parecido a lo que ella sintió por aquel Barutho a los dieciséis años. Se preguntaba que le estaría pasando a Taris.

El día en que él le compró su primer vestido, percibió ese sentimiento en él, pero ahora, era más intenso.

El lobo mientras tanto, no se atrevía si decirle o no. Pero mejor pensó en mantenerlo en secreto. Lo más seguro es que ella lo rechazaría, puesto que lo veía solo como un amigo. Solo eso y nada más, un amigo. Taris tenía la firme idea de no decirle, pues, obviamente ella no quería nada con nadie y prefería tener la amistad de la sirena... en vez de no tener nada...

Pero un día, Dáiady no soportó la curiosidad y se propuso a preguntarle.

Luego de cenar, le preguntó

-Taris, ¿puedo hacerte una pregunta?

El lobo pensó que iría a preguntarle más cosas acerca de los humanos. Recientemente, Dáiady había estado preguntando mucho. Por eso él decidió bromear.

-Ya me la estás haciendo.

Ella siguió el juego.

-¿Puedo hacerte otra pregunta?

-Ya me la hiciste.

-¿Puedo hacerte otra pregunta aparte de esta?

-Sí.

-¿Qué te está pasando?

Taris la miró extrañado y le preguntó

-¿Qué que me pasa?

-Sí, has estado muy extraño desde que me compraste aquel vestido. Percibo en ti algo... muy parecido a lo que yo sentí a los dieciséis años.

A medida que Dáia hablaba Taris palidecía. Ella ya sabía eso.

-Estás enamorado ¿verdad?

-La verdad -tartamudeó Taris -... la verdad, yo no lo sé...

-No te preocupes -lo tranquilizó Dáiady -, de seguro te enamoraste de alguna chica en el baile.

''Por poco'' pensó Taris.

Luego de eso, ambos amigos durmieron tranquilamente.

A la mañana siguiente, Taris atrapó tres conejos para el desayuno, mientras Dáiady trajo agua de un rio próximo a donde ellos habían pasado la noche. Desde la orilla del rio miró al lobo; no pudo evitar sentir algo como nerviosismo al verlo, se sentía como si quisiera decirle algo, pero no sabía qué.

La sirena dejo eso a un lado y trató de ponerse de pie, pero perdió el equilibrio y cayó dentro del rio.

Al escuchar el ruido del agua, Taris inmediatamente corrió hacia ella. No se preocupaba de que se ahogara, era obvio pues era una sirena, sino que más bien se preocupaba de que se hubiera lastimado. Pero al llegar observó que la sirena salió del agua de un salto.

Taris se acercó a ella y le preguntó

-¿Estás bien Dáia?

-Sí -contestó ella -, solo me caí, aún no estoy acostumbrada a caminar.

Taris levantó a la sirena y la llevó hasta cerca del fuego donde estaban asándose los conejos. El calor, pensó Taris, le secará la cola.

Luego, pensó en traer el agua, pero antes le dijo a Dáiady

El Lobo y la SirenaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora