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La chica que se presenta en sociedad es menuda. De un pelo castaño claro y de unos dulces ojos grises que parecen entusiasmados por ver la cantidad de gente que ha acudido a su fiesta, la primera del verano. No parece, para nada, incómoda por la rígida estructura que resulta ser su vestido. Ni parece que le incomoden las tiras que aprietan el corsé y se clavan en la carne por encima del camisón de ropa interior... Algunos se atreverán a pensar «Mira que cintura de avispa más preciosa tiene esa joven señorita» Pero os están engañando. Son unas cuantas cuerdas las que aplastan tus costillas hacia el interior de tu cuerpo y te dan ese aspecto. 

Da igual la época que sea, la sociedad no deja de perseguir e imitar una morfología humana que no es posible. No deja de decirle a todo el mundo que deben ser de una forma antinatural. Que deben proyectar una imagen imposible de alcanzar. Que deben desear ser lo que no son. 


El prometido de Claire, Rubens, no tarda en aparecer junto a sus padres. Ingrid desaparece en segundos de la mano de un criada negra que la aparta de nosotros para llevarla con otros niños y cuidar de ella. La chica de la fiesta no deja de cambiar de pareja.

 Y, entonces, me doy cuenta. Sólo las chicas tienen este tipo de fiesta. Son presentadas como un producto para la sociedad. «Mira qué guapa soy» «Vengo de buena familia» «Sé bailar un vals a las mil maravillas» «Tengo una cintura de avispa de ensueño» Estas chicas son presentadas a los chicos como posible y potencial esposa. Es como... el estreno de una película, la presentación de un libro, la subida de un video a YouTube... «Esto aquí mundo y... soy una mujer así que no voy a poder comerte» 

Me deprime mucho pensar que las cosas no van a cambiar mañana, ni siquiera en muchísimos años. Ni siquiera en el año del que vengo. Pero algún día, estoy segura. 

-Está usted en las nubes -susurra alguien en mi oído. 

Doy un pequeño bote debido al susto y me giro para ver al culpable. William sonríe ampliamente mientras mantiene la misma rígida postura de siempre y se balancea un poco sobre sus pies. Sonrío con inocencia hacia él. 

-William, creo que es tu turno de bailar con la señorita Clarkson -opina su padre. 

-Sí, padre -responde William con tono plano. 

Él se disculpa rápidamente y desaparece entre la multitud de invitados. 

-Y, usted, señorita Milwood, debería pasear por la sala para ver si alguien la reconoce -me aconseja el señor Sutcliffe. 

Asiento timidamente y me hago hueco entre la multitud hasta que los pierdo de vista. Vamos a tomar esto con calma. Tienen mi nombre y mi apellido, si nadie ha reconocido eso... es que no hay nadie que me reclame. Lo que es lógico porque no soy de aquí y no tengo nada que ver con toda esta gente. 

No podría haber acabado en la época de la regencia, no. Tenía que ir a parar al lugar donde los trajes pesan lo mismo que la chica. Y donde enseñar las palmas de las manos se considera algo altamente sexual. 

Pero bueno, he de admitir que estoy llevando trajes más bonitos que con los que alguna vez soñé. A pesar de que siento que el corsé está empujando al bebé hacia mi interior... 

Paso junto a una señora mayor que tiene la cara tan empolvada de blanco que parece polvos de talco y que huele fuertemente a colonia de pachuli. 

Eso provoca que me agobie y me canse de estar entre tanta gente que oculta su horrible olor con perfumes terriblemente fuertes y nauseabundos. Creo que si permanezco más tiempo dentro de este salón de baile... podría desmayarme. 

Me cuelo por la puerta que da al jardín trasero y me deslizo cerca de la fachada de la casa tratando de no ser descubierta por ninguno de los invitados que pasean por el césped. 

Escucho el relinchar de los caballos y decido, repentinamente, que muchas veces los animales son una mejor compañía. Me acerco lentamente hasta los establos que desprenden una suave luz sobre el fresco césped cubierto de rocío. El pequeño edificio es algo tosco pero tiene unas enredaderas que tapan gran parte de la fachada y lo hace un lugar algo más atractivo. 

Entre relinche y relinche... me cuelo por el hueco de la puerta y me encuentro en el interior. Los ruidos son extraños. No corresponden a los de una típica cuadra, o eso creo. No creo que los gemidos sean parte del ambiente normal de una cuadra. A no ser que una yegua esté de parto... 

Pero no es una yegua la que está de parto. Si no una mujer. Una mujer negra. 

La mujer en cuestión está tirada sobre una manta colocada sobre paja en uno de los boxes de caballos. Tiene un camisón blanco remangado hasta los muslos y está colocada en la típica postura de parto. Su frente está cubierta por gotas de sudor y lleva el pelo negro recogido en un moño bajo. 

Frente a ella hay un chico, también de piel oscura, que está arrodillado entre sus piernas y trata de hacer algo para ayudarla. Su voz flaquea en cada frase de ánimo que pronuncia. 

-Hay una chica -pronuncia la mujer mientras levanta la mano para señalarme. 


LA HIJA DEL TIEMPO (EPOCA GEORGIANA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora