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El chico se gira sorprendido. Seguramente pensaba que giraría la cabeza, no se encontraría con nadie y podría volver a su tarea. Pero me observa durante bastante más tiempo, igual que yo a él. Es un chico joven, de piel muy oscura, aunque puede que eso se deba en gran parte a la oscuridad que hay en este lugar, pelo rapado, nariz ancha y mirada sorprendida. 

-¿Puedo ayudar en algo? -pregunto tímidamente, dando un paso al frente y retorciendo mis manos sobre mi regazo y la preciosa tela del vestido. 

-No, señorita.... -se detiene. 

-Eiri -me adelanto a decir, antes de sonreír-. Llámame Eiri, por favor. Pocas cosas me hacen tan feliz como escuchar mi nombre de pila... 

-Será mejor que vuelva a la fiesta... -opina la mujer, antes de que llegue la siguiente contracción. 

Corro hacia ella y me intento agachar a su lado pero con el corsé es imposible... 

-Debo ir a buscar ayuda -digo mientras me coloco recta de nuevo y me disculpo con las manos-. Estoy segura de que alguien puede ayudarla. 

El joven me mira con cara de odio o incluso miedo. 

-Eso no será necesario, señorita Milwood -suelta una voz grave tras de mí. 

Me giro lentamente para encontrarme frente al dueño de la casa. El padre de Sarah, la chica que hoy ha debutado... La misma que está bailando ahora con los solteros más codiciados de la zona. 

-Las normas de mi propiedad dictan que los esclavos deben permanecer en su casa durante los encuentro sociales si no están trabajando en ellos -dicta el señor Clarkson con voz severa-. Acaban de molestar a una de mis invitadas -les reprocha-. Sus vástagos no pueden nacer donde les plazca. -El señor Clarkson se gira y me dirige una mirada de disculpas-. Perdone mi vocabulario, señorita Milwood. 

-¿Señorita Milwood? -pregunta William desde la entrada al establo-. Venga conmigo, por favor. 

Miro a todos los que se encuentran en el establo. No todos esperan que me vaya. La embarazada y el joven parecen suplicarme con la mirada para que me quede. Dudo durante lo que parece ser mucho tiempo... 

-Ya ha odio al señor Sutcliffe, señorita Milwood... -señala el señor Clarkson. 

Asiento una única vez y me retiro del lugar. 

-Hoy es un día para celebrar. No queremos que esté día quede marcado por otros sucesos deshonrosos -comenta William cuando llego hasta él-. Recuérdelo, señor Clarkson... 

Y, entonces, lo sé. La familia Sutcliffe está en contra de la esclavitud, mientras que los Clarkson tienen un montón de ellos que ni siquiera pueden tener hijos sin ser amonestados por ello, quizás mucho peor. Ese bebé crecerá como un esclavo. Espero que no les pase nada a estás personas si no voy a estar muy cabreada. 

-Créame, señor Sutcliffe, tengo muy en cuenta la opinión que tiene su familia sobre esta tradicional práctica -dice el señor Clarkson con sorna. 

Aprieto los puños a los lados de mi vestido y cuento hasta diez. Nadie quiere ser pegado por una embarazada. Y la violencia no es la solución... 

-Será mejor que volvamos a la fiesta -opina William mientras coloca mi brazo alrededor del suyo y me guía para volver al salón de baile. Eso sí, no dejo de volver la vista atrás hasta que no estamos de nuevo a las puertas de la casa. 

Está siendo una noche demasiado.... intensa. Y nada me ha podido preparar para recibir la invitación a un baile de parte de un tal Austin. Un duque de... no sé dónde. El hombre es joven, pero no tanto como William. Y guapo, de una forma mucho más fiel a la época. Tiene el pelo del color de la arena y unos ojos azules de mirada fría. No es que realmente haya algo malo con él, aunque insiste mucho en ayudar a los Sutcliffe en la búsqueda de mi familia. 

-Debemos averiguar si alguien la está buscando, señorita... Milwood. Si es que ese es su verdadero apellido -me asegura. 

Entrecierro los ojos hacia él. 

-¿A qué se refiere? -pregunto molesta. 

-Bueno, no recuerda nada de su familia. ¿Cómo es que acaso recuerda algo como el apellido de ésta? No existe ninguna familia que se apellide así por esta zona. 

Comienzo a ponerme nerviosa y siento el sudor bajar por mis sienes. 

-¿Y si no soy de esta zona? ¿Y si he llegado hasta aquí de alguna forma? 

-¿Secuestrada? -pregunta sarcasticamente-. ¿Quién querría secuestrar a una dama para después dejarla en medio de la nada? 

Me separo de él con un fuerte bufido de disgusto. 

-¿Y si fui yo la que escapé? 

-No diga sandeces, señorita Milwood. Una dama no es rival para unos secuestradores. 

Tengo ganas de decir algo más. Cosas que en esta época me dejarían en muy mala posición. Me muerdo la lengua y me giro para alejarme... Pero no logro resistirme. Nunca me dejarán en mal lugar. Aquí o dentro de doscientos años. 

-Si vuelve a decir algo así -comento con una sonrisa de lo más amplia y falsa-, le juro que su descendencia no logrará ver la luz del día. 

Austin, duque de Rutland, retrocede y pierde un poco el equilibrio. 

-Eso no es propio de una dama de su clase -me advierte, aunque la voz le flaquea. 

-Nadie ha dicho que yo sea una dama de esta clase -escupo, antes de girar en el sitio y desaparecer entre la multitud. 

Si este siglo me toca las narices, se van a enterar de lo que es una buena pelea en el mío. Esta rosa tiene espinas. 





LA HIJA DEL TIEMPO (EPOCA GEORGIANA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora