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-Será mejor que te acompañe a casa -murmura mi ex.

Lloro durante todo el camino de vuelta a casa. Me he mirado en el espejo del coche, incluso si mi cara estaba roja como un maldito tomate y cubierta de lágrimas, soy yo. La misma yo. La que poco ha cambiado en seis años. Aunque mi pelo creció y aquí sigue así de largo.

-Ha sido real -murmuro en voz alta.

-Sí, la fiesta ha sido real -asegura mi ex-. Aunque creo que te lo has pasado demasiado bien -apunta entre risas.

-Tú y yo... ¿no hemos roto? -le pregunto cuando llegamos a la puerta de mi casa.

-No... -responde dubitativo -. Eiri, ¿estás cortando conmigo? -pregunta mientras toma mis manos entre las suyas.

Los ojos de... Alex me miran como lo hacían antes de que le contara que estaba embarazada. Los ojos de Adelaide son los que parecen devolverme la mirada. Me está mirando igual que lo hace ella, con amor. 

-Creo... creo que sí -tartamudeo con torpeza mientras busco la manilla de la puerta de su coche. 

-Eiri... -comienza a decir, pero yo ya estoy saliendo de el coche-. ¡Eiri! -grita ahora con más fuerza. 

Cierro la puerta de un portazo, el sonido rebota en casi toda la estrecha calle. 

-Necesito tiempo, Alex -le aseguro-. Tengo... Tengo que pensar en mí -me excuso con torpeza mientras me acerco a la estrecha casa en la que vivo con mi abuela. 

Me froto los ojos mientras me doy cuenta de que todo está igual. Todo está tal y como lo recordaba. A pesar de que nada más tengo un vago recuerdo de aquella noche, me aseguré de plasmar todo con  máximo detalle en el diario. Rebusco en mi vestido, pero no tengo la carta conmigo. Dejé de llevarla cuando nació Adelaide. Ni siquiera tengo las llaves de casa. ¿No las escondía la abuela en algún lado en estas ocasiones? Pero, ¿dónde? Ya no recuerdo en qué planta era. 

-Cariño, ¿se puede saber qué haces rebuscando en la tierra de las macetas? -pregunta mi abuela a mis espaldas. 

Me giro subitamente para encontrar a mi abuela parada en el marco de la puerta de entrada roja a nuestra casa. 

-Sabes de más que solo tienes que mirar dentro de la farola fundida de la planta -me recuerda con tranquilidad. 

Me lanzo a sus brazos entre sollozos. Inspiro el aroma de su colonia, la que le regalo cada Navidad. Estudio las arrugas de su cara, y aprieto con fuerza casi descontrolada su delicado cuerpo. 

-Cualquiera diría que llevas siglos sin verme -bromea, su cuerpo vibrando al son de su perfecta risa. 

Me separo de su cuerpo. 

-Pero, Eiri, mira lo que le has hecho al vestido -me reprende-. Normal que llores, niña, ya no vamos a poder venderlo por una de esas webs modernas tuyas... 

Niega con la cabeza mientras me conduce al interior de la casa, donde no cabemos las dos juntas en el estrechísimo pasillo de entrada. 

-Será mejor que te duches y duermas -aconseja-. O mejor, no te duches, prefiero unas sábanas sucias a que te abras la cabeza de par en par si te quedas dormida. Son trampas mortales... -dice mientras se aleja por el pasillo hacia la cocina. 

Me toco la barriga, tan plana como la tenía hace unas horas. 

-¿Abuela? -le pregunto mientras la sigo al pequeño salón-. ¿Estás segura de que éste es el vestido que tú diseñaste para la fiesta del instituto? -le pregunto mientras le muestro la tela llena de flores.

LA HIJA DEL TIEMPO (EPOCA GEORGIANA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora