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Los bajos del vestido se van a poner hechos un asco, y no soy yo quien va a tener que limpiarlos cuando lleguemos a Francia. El olor a pescado y marea baja es tan nauseabundo que creo que preferiría morirme aquí y ahora. Pero, en lugar de montar una escena vomitiva, me pongo la mano enguantada sobre la boca y la nariz, e ignoro la mirada de Austin. 

-Este barco, Eiri -comienza a decir Austin mientras engancha mi brazo con el suyo-. Es un galeón. Esos son los tres palos, para las velas -explica mientras los señala con elegancia. 

-¿Y eso de allí? -pregunto mientras señalo la parte trasera del barco, a nuestra izquierda. 

-Ese es el espejo de popa -responde con una sonrisa-. ¿Te gusta? Está decorado con cristales pintados, ya lo verás en la cena. 

Algunos marineros nos siguen de cerca mientras portan nuestros baúles con ropa. 

-¿Durará mucho el viaje? -pregunto, ocultando mi fastidio, mientras soy ayudada a subir al barco por la pasarela. 

-Tan solo unas horas con viento a favor -responde un hombre que se asoma por el lado del barco, que no sabría decir qué lado es. 

-Señor Rutland, bienvenido al Hercules -saluda el hombre, antes de hacer quitarse el gorro de su uniforme azul marino y hacer una inclinación de cabeza-. Soy el capitán Charlie Smith, para serviles. 

Austin se quita el sombrero e inclina la cabeza en señal de saludo. Yo, por mi parte, realizo una reverencia torpe de categoría experta en cagarla. Charlie, el capitán, me observa de forma amable. Sus ojos son del color de las hojas otoñales y su pelo es oscuro, con reflejos cobrizos. Se ve joven, aunque no tanto como yo, y guapo con su uniforme azul marino y con detalles bordados. 

Nos guía por la cubierta hasta la parte trasera del barco mientras un montón de marineros caminan de un lado para otro gritando órdenes. «Suelta aquello» «Amarra esto» «¿Llevamos suficiente vino?» «¡Ya tendrás tiempo de beber ron por la noche, gandul!» Si me ofrecieran un lugar aquí no me lo pensaría mientras me dejaran llevar pantalones anchos y gritar a pleno pulmón lo que me diera la gana. 

-Cuidado con los escalones -me advierte con una agradable sonrisa. 

Bajo las escaleras con cuidado debido a la inclinación y a la gran posibilidad de que estén mojadas. 

-Me encanta su uniforme -comento-. El azul marino sienta muy bien. 

Charlie  baja la vista hacia su uniforme mientras se detiene un segundo. 

-En realidad... es azul indigo -corrige con un sonrisa, y desvía la mirada hacia Austin-. Hemos llegado a su camarote. 

Lo que encuentro al otro lado me sienta como un jarro de agua fría. Los anuncios de la televisión te pintan los cruceros como aquella experiencia casi espiritual donde vas a pasarlo bien por la noche y a visitar nuevos lugares por la mañana, un no parar, vaya. 

-Les dejo para que se instalen -anuncia el capitán-. Alguien vendrá a por ustedes para la cena. Y, por favor, no suba a cubierta -me advierte directamente a mí. 

-Eiri -me reprende Austin mientras tira de mi antebrazo para que pase al interior del camarote-. No seas tan desagradecida. 

-Tienes razón, tienes razón -murmuro sin pensar mientras me siento, casi dejándome caer, sobre la cama que ocupa casi toda la habitación-. Podríamos estar en el Titanic y eso sería mucho peor -hago una pausa-. Creo -añado si apartar la vista de la puerta. 

-¿Titanic? -suspira Austin con fastidio-. Tienes la imaginación de un niño. Será mejor que te quedes aquí mientras voy a tomar el aire. Quiero ver como zarpamos y asegurarme de que han instalado a Paul. Cámbiate para la cena. 

LA HIJA DEL TIEMPO (EPOCA GEORGIANA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora