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La noche de verano se cierne sobre las oscuras calles de París. Había olvidado la surte que tenía al contar con farolas para moverme por las calles de vuelta en casa. Aquí, lo que por la mañana está repleto de puestos de comida con vendedores amigables, ahora se convierte en una trampa mortal para cualquier persona que pueda caer en manos de los ladrones. Es cierto que hay personas que vagan por las calles, pero casi nadie va solo. 

Entro en la primera taberna de la noche, oscura como la esperaba. Tiene una chimenea enorme en una de las paredes y mesas de madera dispersas por el espacio. El lugar no es demasiado grande y se encuentro algo lleno. El lugar huele a cerveza, comida y sudor. El suelo baldosas oscuras está salpicado con pequeños charcos de líquido que asumo, y espero, que sean de cerveza. Los hombres brindan aquí y allí. Una mujer con un traje de color vino se encuentra tras la barra sirviendo la comida y bebida, mientras que otro hombre se pasea por el lugar llevándolas a las mesas correspondientes. Doy un paseo por el lugar, fijándome en todas las personas, soportando el fuerte olor e ignorando el constante murmullo francés. 

No hay ninguna vieja aquí. 

Llego a la segunda taberna, que no está muy lejos de la primera. Esta se encuentra algo más oculta, y he tenido que fijarme bien en la fachada para encontrar un cartel de madera que lo indicará. Y no, no he entendido la palabra en francés, pero sí identifico una jarra de cerveza cuando la veo. 

Hay que bajar exactamente 3 escalones para entrar al lugar. Éste, en comparación con el otro, ha subido de categoría por el simple hecho de tener música en directo, un violinista, al parecer. El olor es, a mi parecer, el mismo. Podríamos decir que conserva la esencia del anterior. Tienen mesas más alargadas, con bancos y una chimenea algo más pequeña que la anterior, donde reposa una cazuela. Tras la barra hay estanterías cubiertas de botellas de vino, y quizás otros tipos de alcohol que no logro distinguir. 

Una chica se me acerca. Su pelo rubio está recogido con gracia y tiene una cara bonita y redonda, con una mejillas rosadas y unos labios llenos. Ella me dice algo en francés y yo niego en respuesta. Se dispone a decirme algo más, pero alguien llama su atención unas mesas más allá, un hombre que grita y se tambalea un poco cuando se levanta de su mesa. 

Doy una vuelta sobre mí misma para estudiar el interior y algo, mejor dicho, alguien, llama mi atención. Hay una señora sentada en una esquina. Es la única que ocupa esa mesa. Tiene una jarra para ella sola, aunque no puedo ver qué contiene. Inconscientemente, llevo las manos a mi cabeza, intentando colocar en su lugar los mechones que caen sin control a mi alrededor, y que permanecen en su rebelde forma. Quiero causarle una buena impresión a esta mujer, y no llego a entender el porqué. Ah, sí, quizás sea porque mi futuro depende de ello. 

Me acerco a ella con tranquilidad y espero a que aparte la mirada de su copa, aunque no lo hace. 

-¿Qué la trae a mí, joven? -pregunta con tranquilidad. 

Camino hacia el otro lado de la mesa, para estar frente a ella, aunque no me siento en el banco porque no sabría cómo hacerlo con esta ropa. Saco la carta del reloj de arena y el libro de la única otra persona de la que he sabido que ha viajado en el tiempo. 

-¿Está segura de que es eso lo que quiere? -pregunta la mujer, todavía sin mover un dedo. 

-¿Puede mirarlo y ver si puede hacerlo? -le pregunto con nerviosismo. 

La mujer levanta la mirada de la mesa. Sus ojos casi negros se clavan en los míos, una vela le ilumina la mita de la cara directamente, lo que hace que la otra mitad se vea mucho más ensombrecida. Las arrugas dibujan infinitas hendiduras en su rostro del color del papel algo viejo. 

-Parece de buena familia -comenta-. Sin embargo, incluso las de buena familia recurren a mis favores también. 

Frunzo el ceño por la confusión mientras me inclino hacia delante. 

-Necesito volver a casa -le explico-. Si fuese usted tan amable de mirar esta carta y decirme si puede hacer algo... 

La señora toma la carta entre sus manos y la estudia durante unos segundos. 

-Está usted en un buen lío, ¿verdad, joven? -pregunta casi con cariño. 

Asiento con pesar. Las lágrimas se forman en mis ojos. 

-Nunca nadie antes me ha traído objetos tan extraños. En todos mis años no he visto carta igual, pero puedo adivinar de qué se trata... 

-Entonces, ¿lo hará? -pregunto mientras tomo a la señora con fuerza de sus manos. Las esperanzas creciendo en mi interior a ritmo de campeonato-. Se lo suplico. 

-¡Eiri! -grita una voz desde la puerta de entrada. 

Aparto mi mirada y la dirijo hacia el lugar, donde un Austin muy enfadado se encuentra a los pies de las escaleras que bajan hasta la taberna. Me levanto del banco casi con un salto, aterrorizada por haber sido atrapada con las manos en la masa. 

-¿Se puede saber qué haces aquí? -pregunta mientras se acerca a mí. 

La taberna, de repente, en completo silencio, como si del interior de una tumba se tratase. De mi tumba, para ser más concretos. 

-Nada -aseguro-. Quería explorar la ciudad -respondo mientras mi cuerpo se enfría y unos escalofríos sacuden mi cuerpo. 

-Y qué son todas esas cosas, ¿eh? -pregunta mientras se acerca a la mesa y toma la carta y el libro entre sus manos. Los sacude frente a mi cara mientras continua gritando-. ¿Y ella? ¿Qué haces con esta señora, Eiri? 

La señora mayor saca un cuchillo del bolsillo de su traje, una pequeña daga de plata.

-¡Tú! -exclama la mujer. 

 Pensaba que acabaría con Austin rápidamente, debido a que no soy capaz de articular ninguna señal de advertencia para él. Quizás porque no soy fisicamente capaz, quizás porque no soy mentalmente capaz o quizás porque una pequeña parte de mi quieres deshacerse de Austin. Nunca imaginé que sería de una forma sangrienta y rápida, donde los cuchillazos son lanzados al aire como si trataran de acertar a su objetivo por azar y donde el público borracho, en lugar de intervenir, vitorea como si de un juego se tratará. 

Mis manos se encuentran tapando mi oídos, he arrastrado mi cuerpo contra la pared y me he deslizado hasta el suelo entre sollozos, intentando ocultarme dentro de mi gigantesco vestido, tal vez, intentando convertirme en un mueble. Austin ha sido apuñalado en un costado, puede que en un pulmón por la forma en la que respira. Extiende, para mi sorpresa, su brazo hasta mí, y con su mano ensangrentada aprieta los bajos de mi vestido como si yo pudiera ayudarle, mientras pronuncia palabras que no oigo y gotas de sangre caen de su boca. La vieja, por su parte, yace en el suelo, la arteria cortada lanzando chorros de sangre que nadie ha intentado parar. 

Alguien llega hasta mí. Una mano aprieta mi hombro con fuerza, aunque no separan las manos de mis orejas. Los ojos azules de un muerto de Austin me observan mientras veo a un borroso Paul separar la mano de quien fue mi marido de mi vestido. Recoge la carta ensangrentada del suelo junto con el libro. Me toma por debajo de mis hombros y me pone en pie. Me grita órdenes que no comprendo, y me obliga a seguirlo hasta el interior de un carruaje. 

Ahora comprendo lo que siente la gente cuando fracasan sus planes. 


¡Se venía intensito y así espero que haya sido! ¿Qué os ha parecido? Podéis dejar una crítica de unas pocas líneas. Quedan más secretos por descubrir. 

LA HIJA DEL TIEMPO (EPOCA GEORGIANA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora