Mirabelle titubea y siento que he perdido toda la esperanza de que me lo diga.
-Por favor, Mirabelle -suplico-. Tu bebé corre peligro.
-Lo sé -asegura con los ojos muy abiertos.
-Entonces, ayúdeme a ayudarla -le pido mientras hundo mis manos enguantadas en el fino colchón.
-El Duque de Rutland -responde casi en un susurro mientras clava la mirada en su bebé.
-¿Quién? -pregunto confundida. He sido tan estúpida que he olvidado que no pertenezco a esta época. Menuda ingenua soy creyendo que puedo moverme por este universo haciendo de justiciera para los esclavos.
-Estoy segura de que estaba en la fiesta -comenta como si nada-. Le gustan especialmente ese tipo de celebraciones.
-¿Puede ser un poco más concreta? ¿Tiene algún nombre de pila? ¿Algo que me pueda ayudar a recordarlo? -le pido mientras me inclino hacia ella lo máximo que permite mi corsé.
-Su nombre de pila es Austin. Austin, duque de Rutland -responde mientras cierra los ojos como si le doliera decirlo, o tal vez sea por el reciente parto.
-¿Ese gilipollas? -suelto casi gritando.
Paul entra en la habitación como un tornado y se queda paralizado al darse cuenta de que no estoy atacando a Mirabelle ni a su bebé.
-¡Señorita! -se atreve a regañarme Mirabelle-. ¿Qué clase de vocabulario es ese?
Hago una mueca de vergüenza muy exagerada mientras recupero la compostura.
-Lo siento. Es que ya he tenido un encontronazo con el duque.
-Será mejor que se vaya -opina Paul, tirando de mi brazo, sin mucha delicadeza, para que me ponga en pie.
Me resisto a pesar de su gran fuerza. Lamentablemente, la ropa de este siglo no permite que la mujer disponga de demasiada movilidad.
-¿Sabe lo que pueden hacer con su bebé? -le pregunto a Maribelle mientras Paul sigue tirando de mi brazo.
Hago un rápido giro, me zafo de su agarre y vuelvo hasta ella.
-Se lo van a llevar -le digo con tono de urgencia-. Lo van a vender en una subasta como hicieron con vosotros y se lo darán a Dios sabe qué familia. ¡Nunca lo volverás a ver, Mirabelle! -la impotencia es como un arma blanca que se clava en mi interior y escarba para buscar algún tipo de retorcido tesoro pirata maldito.
Mirabelle aparta sus manos de mi agarre y me mira con cara de odio.
-Lo único que puede salvar a mi hijo es que el duque lo reconozca como legítimo. Y tanto usted como yo, señorita Milwood, sabemos que eso no va a pasar -espeta recelosa-. Si lo reconociera, vendrían ochenta más después.
Me quedo sin palabras.
-Lo convenceré -aseguro, sin creérmelo yo si quiera-. Dígame dónde encontrarlo y lo convenceré.
-Está histérica -salta Paul a mi espalda.
Le lanzo una mirada mortal por encima de mi hombro.
-La ayudaré, Mirabelle -prometo.
-Yo no sé dónde se hospeda -confiesa-. Solo los señores lo saben y nunca me lo dirán. Ni a mí ni a ninguno de los otros esclavos.
-A mí sí -aseguro-. Cueste lo que cueste no dejaré que aparten a tu bebé de tu lado.
Tras mis palabras la habitación se sume en el silencio. Es el momento de que me vaya y emprenda mi búsqueda. Puede que esto parezca una locura y que casi nadie le encuentre el sentido, pero lo tiene. Mirabelle ha tenido un bebé. Justo lo mismo que me va a pasar a mí dentro de unos meses... Y si para ese momento yo sigo atrapada en este sitio y tiempo, estaré tan jodida como ella. Puede que en la misma situación al no tener mi hijo padre. O, al menos, uno que lo reconozca. Aquí ser reconocido es de las cosas más importantes, porque si no, te conviertes en un bastardo que no recibirá nunca nada. Hay bastardos con suerte pero eso son excepciones.
-Gracias por traerme de vuelta -le digo a Paul mientras observo la casa principal a unos metros de nosotros.
-Está usted demente, señorita Milwood -asegura-. No sé qué ocurre dentro de esa cabeza pero no es algo bueno. Usted tiene su mundo y nosotros el nuestro, no entiendo por qué quiere hacer como si los dos estuviesen tan estrechamente unidos.
-¿Por qué no? -lo desafío mientras cruzo los brazos y pongo cara de poker.
-Es antinatural -responde serio.
-Se equivoca -le aseguro-. Antinatural es que un gato lo haga con un perro. Cuando un humano lo hace con otro, funciona. Es lo más natural que existe, Paul.
-No puedo creer que estemos hablando de esto -gruñe mientras se pasa una mano por la cara.
-¡Pues yo sí! -exclamo-. Ya te dije que tú y yo seríamos grandes amigos.
-No se ofenda pero... usted y yo nunca podremos ser amigos -dice con tristeza-. La gente como yo y la gente como usted no están destinadas a hacer ese tipo de cosas juntos.
-Deja de decir eso -ordeno de forma serena-. Es un poco cansino que sigas pensando que yo soy así de elitista.
-Lo siento mucho, señorita Milwood pero así es la realidad. Tan solo debemos aceptarla y seguir con nuestros correspondientes papeles en esta sociedad.
-Así como lo dices parece que estamos representando una obra de teatro -apunto.
-Si, supongo que en realidad nuestras vidas son así -suspira.
-¿Hasta que cae el telón de la muerte? -bromeo.
Paul esboza una sonrisa triste y asiente.
-Encontraré una solución -aseguro antes de dirigirme a la casa principal con un plan en mente.
El cochero sigue esperando pacientemente y me observa pasar por su lado sin decirle una palabra. Un mayordomo abre la puerta principal de la casa, algo sorprendido de que alguien inesperado haya llegado. Le comunico, de la forma más formal que puedo, que quiero ver al señor Clarkson. Cuando me dice guía hasta el salón y me comunica que va a ir a buscarlo me pongo más nerviosa todavía. Creo que mi cerebro esperaba recibir una respuesta negativa y así librarme de esta responsabilidad que libremente he decido tomar.
Me paseo por el salón mientras arrastro el vestido con la mayor gracia posible mientras espero al señor Clarkson. Observo las figuras y jarrones de porcelana y las flores frescas que perfectamente llenan los jarrones. Sé que unas manos de color oscuro han sido las que han cortado esas rosas y se las han librado de sus espinas.
-¡Señorita Milwood! ¡Qué grata sorpresa! -salta el señor Clarkson a mis espaldas con el tono más falso de felicidad jamás oído. Me ha dado un susto, pero no he reaccionado.
-Buena, señor Clarkson. Siento aparecer por aquí sin avisar... -comienzo excusándome para así apaciguarlo un poco y que vea que soy dócil-. No acudiría a usted si no fuese necesario -aseguro mientras lo miro con la mirada más dulce e inocente que logro conseguir. Por supuesto, no es esa que usaba mientras tenía relaciones sexuales con mi novio-. Creo que usted puede ofrecerme cierta información.
El señor Clarkson se sienta en uno de los sofás pero no me invita a sentarme.
-¿Qué información sería esa, señorita Milwood? -pregunta embelesado.
-Tengo entendido que usted sabe dónde se hospeda el Duque de Rutland -comienzo-. Me gustaría que usted me dijera cuál es ese lugar.
El señor Clarkson recorre mi figura con su mirada.
-Está bien. Compartiré la información con usted. A pesar del escándalo que logró usted montar en la presentación en sociedad de mi hija.
Me muerdo la lengua porque de verdad que necesito que comparta esa información conmigo.
ESTÁS LEYENDO
LA HIJA DEL TIEMPO (EPOCA GEORGIANA)
Teen Fiction3ª PARTE DE LA SAGA "LAS HIJAS DEL TIEMPO" Eiri Milwood sabe tres cosas con certeza: Es vegetariana, está embarazada y su exnovio es gilipollas. Claro que ninguna de estas tres cosas van a impedir que vaya al baile de disfraces de su instituto, ni v...