Despertarse.
Abrir los ojos.
Darnos cuenta del lugar en el que estamos.
Hasta ese momento, todo va perfecto. Pero el instante en que la conciencia nos vuelve al cuerpo, sentimos.Esa mañana sentí una melodía melancólica en mi corazón. Como esas canciones de jazz que tocan en un bar y sólo algunos le prestan atención; un backing track deprimente, triste que me impedía levantarme. Pero al mismo tiempo sentía inspiración, ganas de escribir todo lo que me pasaba, componer emociones con una lapicera y un papel.
Miré el reloj de mi mesa de luz: 5 AM. Lo mismo de todos los días. Había dormido dos horas porque el insomnio me atacaba por la noche y me llenaba de pensamientos negativos y ansiedad.
Estiré mi brazo para agarrar mi cuaderno y me desahogué, arranqué todo lo que había estado sintiendo en los últimos meses.
La soledad de aquel pequeño departamento en Brooklyn me consumía. Todo estaba hecho un desastre: partituras en el piso, una guitarra arriba de mi cama, ropa esparcida en la entrada, y todo aquello tenía que ver con lo que me estaba pasando.Haber escapado de Miami fue tan difícil como yo creí que iba a serlo. En esa ciudad yo había crecido, educado, pero llegó un momento en el que no quería estar más allí porque no era suficiente.
Y créanme que el término "escapado" está perfectamente usado. Me escapé de mis padres, de mis "amigos" y de...Lauren.
Su nombre me dolía en el alma de solo pensarlo. Su mirada me volvía a la memoria y mi mundo se sacudía de lado a lado.
¿Cómo iba a olvidar esa tarde en la que corrió detrás de mi en el aeropuerto?, ¿cómo iba a olvidar sus ojos, inundados de tiernas gotas sal?, ¿cómo pude dejar que su corazón se rompiera?
Ya iban seis meses desde que me había ido, y estaba trabajando en una discográfica. Lo que hacía era componer para otros, algo que siempre quise hacer. Pero de alguna forma, habían canciones que eran muy personales, entonces en alguna que otra noche de insomnio me encerraba en aquel estudio y grababa mis canciones con ayuda de Sasha, una productora. De hecho, ella fue la primera persona que conocí en Brooklyn. Tenía unos densos ojos negros y cabellera castaño claro, una sonrisa pequeña y tímida. Se había vuelto la única amiga que tenía por esos lados.Me levanté de mi cama y fui directo al baño para lavarme las manchas de tinta en mis manos y me miré al espejo , ¿en qué me había convertido?, ¿quién era esa persona que veía en el espejo? Unas espesas y oscuras ojeras se posaban debajo de mis ojos, como si de ellos chorreara tristeza, formando cuencas oscuras y vacías.
Me lavé el rostro con agua helada, siendo consciente de que tenía mis manos casi entumecidas por el enero neoyorquino, y me preparé un café.
Abrí las puertas de la alacena y solo había un paquete de harina por la mitad, un paquete de fideos, una bolsa de cereales,una lata de arvejas y mi preciado y barato coñac.
Agarré la botella y serví en el café.Caminé hacia la terraza con mi acolchado y mi café, y sentí el aire infiltrarse en cada poro de mi cara. Olor a humo y frituras, incluso a las 6 AM, pero no habían autos ni gente por la calle, entonces uno podía filosofar sobre la vida, la muerte y el amor. A veces añoraba el olor del mar, me recordaba a tardes recostada en la arena, mirando el atardecer sola o con Lauren. Añoraba sus manos, siempre frías, incluso en los matadores veranos de Miami, y cómo ella sostenía las mías para templarse; añoraba sus ojos azules intensos en los días despejados, verdes oscuros en los nublados y esmeraldas en cuando nos besábamos.
Tragué casi de un sorbo mi café y tomé una gran bocanada de aire antes de volver a entrar.
Esa mañana iba a ser distinta, no tenía que trabajar pero no quería quedarme en aquella horrorosa habitación.
Medité unos minutos sobre lo que podía hacer y el sonido de mi teléfono interrumpió mis pensamientos. Agarré mi celular y me sentí confundida: no recibía una llamada desde que había dejado Miami y además, era muy temprano. Leí el nombre: Mamá. Me sentí descompuesta y dudé si contestar o no.
"¿Hola?", resonó la voz al otro lado de la línea. "¿Camila?".
"Hola", respondí sintiendo que mi cuerpo se sacudía de arriba hacia abajo.
"¿Cómo estás?", estaba esperando ese momento por meses.
"Mamá, todo está bien por aquí, ¿ustedes?", dije algo nerviosa.
"Queremos verte hija, te extrañamos", suspiré de alivio. "Sabes que necesitamos hablar, me duele mucho el tenerte lejos"
"Estaré allí pronto mamá", respondí sin dudarlo.
"Adiós hija, te quiero", dijo y cortó la llamada.