Encerrada

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No había sospechado nada. No lo había visto venir, nada le había puesto la mosca tras la oreja. ¿Cómo había podido ignorar hasta ese punto lo que su madre había tramado? El viaje mágico no duró sino unos segundos antes de que Emma sintiera de nuevo el suelo bajo sus pies, pero tuvo el tiempo suficiente para lamentarse por su ceguera. Si hubiera prestado un poco más de atención a su familia, si no hubiera pasado la mayor parte de su tiempo en brazos de Regina, quizás habría comprendido la maniobra de Snow, quizás no estarían en esa situación...

Ante sus ojos se imponía la última imagen de Regina, y esa visión le rompió el corazón. Regina, destrozada, sin magia, impotente por primera vez en su vida...Regina con los ojos brillantes y enloquecidos, sin saber qué hacer, y lanzando una desesperada mirada a Emma...Regina, tan conmovedora y tan frágil...Y Emma que sentía su cuerpo escaparse, que no podía hacer nada para ayudarla...Las lágrimas aparecieron en sus ojos, pero las borró con un gesto rabioso.

En cuanto volvió a tocar el suelo, su cuerpo se tensó, los sentidos en alerta. Tenía que comprender lo más rápido posible dónde estaba para reaccionar y no dejar que su madre tomara las riendas. El humo blanco se disipó poco a poco, y Emma consiguió finalmente distinguir lo que la rodeaba. Se dio cuenta rápidamente que había aterrizado en la sala del trono del reino, donde una decena de guardias armados parecía esperarlas. No lejos de ella, vio a su madre, recta y orgullosa, y tras esta última...

«¿Regina?»

Emma se precipitó hacia la reina, pero su madre la detuvo con un simple movimiento de la mano. Como dos imanes que se repelen, la princesa ya no podía dar el menor paso hacia delante. Aunque intentaba adelantarse con todas sus fuerzas, la mano extendida de Snow le impedía acercarse a Regina.

«Perdóname, cariño...Un día comprenderás que lo hago por tu bien...» dijo la reina blanca con una triste sonrisa

Emma ni se tomó la molestia en responder y gritó de nuevo, más fuerte

«¡Regina! ¡Regina!»

Ante esas palabras, la reina negra se giró y su mirada se hundió en la de Emma. Los ojos negros parecían hundidos en una tempestad de desesperación. Sin su magia, Regina se sabía perdida. Sabía que Snow no perdería esa ocasión soñada de vengarse de ella. Por primera vez en su vida, tenía miedo.

Ya no tenía nada que perder, lo sabía, así que echó a correr hacia Emma. Pero Snow elevó su otra mano y retuvo a Regina de la misma manera que retenía a su hija. ¡Qué extraña visión era esa de ver a Snow, con los brazos extendidos, empujando hacia los dos extremos del salón del trono a su hija y a la reina negra que luchaban por acercarse...!

«¡Llévensela!» ordenó, sin atreverse a mirarlas

Los caballeros que se habían quedado, hasta ese momento, como espectadores del extraño combate, avanzaron hacia Regina y rápidamente la neutralizaron. El corazón de Emma comenzó a acelerarse, y se puso a gritar

«¡PARAD! ¡Dejadla!»

Al ver que nadie obedecía su orden, gritó más fuerte

«¡Es una orden de la princesa!»

Snow avanzó lentamente hacia ella y le sonrió amablemente

«La orden viene de la reina, cariño. Y los guardias obedecen en primer lugar a la reina, lo sabes...»

«¡Para, mamá! ¡Para! ¡Diles que la suelten, te lo suplico!»

«¿Para que siga haciéndonos sufrir a todos?»

«Pero...¡ya no tiene magia! ¿Cómo quieres que nos haga daño? Mamá, te lo ruego...»

«Es inútil, Emma...Va a pagar por sus crímenes...Ya es hora»

El canto del cisneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora