El libro mágico

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Emma apenas había abandonado la habitación cuando Regina llamó a su cazador, con el corazón aún latiéndole por los recuerdos del momento compartido con la princesa. Algunos minutos más tarde, Graham corrió, listo para atender las órdenes de su reina.

«Graham, te confío una misión. A partir de ahora, te vas a convertir en la sombra de Emma Charming. Quiero que la sigas. De lejos, pero en todo momento. ¿Has comprendido bien?»

«Sí, mi reina. Os informaré de todos sus pasos. Ningún detalle de su vida os escapará»

«No, no es eso lo que pido» replicó ella, insegura «No quiero espiarla...»

Regina dudó en continuar. Pero, ante la mirada avergonzadamente baja del cazador, prosiguió. Sabía que su corazón en una caja era un compromiso de fidelidad. Nunca la traicionaría. Podía confiarle esa misión, sabía que nadie aparte de ellos dos estaría al corriente.

«No, nada de espionaje...sobre todo quisiera que la protegieras» dijo en voz baja

«Bien, Vuestra Majestad. En mi presencia, ningún mal le será hecho. Os lo juro»

Si Graham se sorprendió ante esa extraña e inusual petición, no dejó transparentar nada y asintió cuando su reina ordenó

«Ahora puedes marcharte...»

Pero apenas había abierto la puerta cuando Regina lo volvió a llamar

«¡Y sobre todo...que ella nunca se dé cuenta ni te vea!»

«Bien, Vuestra Majestad»

En cuanto hubo atravesado la puerta, Regina, aliviada, se dejó caer en la cama. Finalmente sola, sin la mirada de sus soldados, de sus súbditos o de sus criados, pudo por fin dejarse ir. Solo en esa habitación podía dejar hablar a sus emociones. Finalmente liberada de su postura de reina, que le pesaba cada vez más y que a veces sentía ganas de quitársela como uno se quita un uniforme, pudo dejar expresarse a su verdadero ser. Sola, ya no tenía necesidad de esconder su verdadera personalidad, ni los sentimientos por Emma que cada vez se hacían más evidentes.

Con la mirada perdida en las visibles vigas del techo, pensaba en Emma. Emma y sus rizos rubios, Emma y sus dulces caricias, los ojos de Emma, los dedos de Emma, el sabor de Emma...La sonrisa en sus labios se borró bruscamente cuando pensó en lo que le había dicho antes de marcharse «Yo no te amo» Cuatro palabras, pero cuán dolorosas...Aunque con lágrimas en los ojos, se recompuso: era evidente que sus sentimientos no eran compartidos. ¿Cómo podría siquiera haberlo imaginado? En su alocada venganza, ella solo había pensado en hacérselo pagar a la idiota de su madre. Jamás había pensado un momento en el horror que le estaba haciendo pasar a una inocente. La culpabilidad de su acto la enfermaba. Los sentimientos que ahora sentía estaban ahí seguramente para castigarla por haber cometido ese atroz acto. Como sea, pensaba, se lo tenía merecido. Merecía sufrir.


Emma estaba feliz, sonreía a los niños, bromeaba con sus amigos, charlaba con sus súbditos. Incluso a veces Ruby la encontraba sonriente sin razón, con la mirada perdida en el vacío. Su estado alegraba a sus padres, felices de volver a tener a su despreocupada hija. Solo su amiga se inquietaba al verla tan cambiada, tan rápidamente. Así que un día, le dijo

«Emma, vas a tener que explicarme lo que ocurre...Te lo juro, estás tan feliz que se diría que eres tu madre. Y eso me da miedo de verdad...»

La princesa alzó la mirada hacia su amiga, interrogativa. ¡Córcholis! ¿Era tan evidente? Puso cara de no comprender.

El canto del cisneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora