Epílogo

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Cinco años más tarde

«Otra vez, mamá, otra vez...» reclamó el muchachito, con los ojos brillantes a pesar del cansancio que cerraba sus párpados.

Sentado en su cama, un gran libro de cubierta marrón, ricamente decorado, reposaba en sus rodillas. Como todos los cuentos de hadas, comenzaba con las palabras Érase una vez...que habían sido grabadas por el más delicado de los artesanos. En el interior, se distinguían lujosas iluminaciones y magníficas ilustraciones que representaban la historia de las dos mujeres.

Dos mujeres a las que todo enfrentaba, pero que habían logrado amarse. Dos mujeres que nada las había predestinado a eso, pero que vivían en una felicidad total. Dos mujeres que hoy eran sus mamás...

«Mañana, cariño» respondió su madre cerrando delicadamente el libro «Ahora ya es tarde y es hora de dormir»

«De acuerdo, pero entonces solo cuéntame el trozo de que cuando despertaste a Ma...Por favor...»

Los ojos suplicantes del niño pudieron con la voluntad de Regina. Nunca había sabido resistirse a esa pequeña y adorable bolita que criaba con Emma desde hacía cinco años. Ante ese pensamiento, ella sonrió, con los ojos en el vacío...Cinco años ya...

Se acercó a su hijo, volvió a abrir el libro y retomó su lectura, con la sonrisa en los labios:

«Entonces para gran sorpresa de todo el Reino, un resplandor de luz multicolor encendió el cielo. Incrédulos, Regina, Ruby, Snow y David contuvieron el aliento. Nadie se podía creer lo que en el fondo de sus corazones sabían: que la princesa Emma estaba viva...»

«Es Ma, es Ma» la interrumpió el niño, todo orgulloso

«Sí, es Ma...» respondió ella con una sonrisa, antes de proseguir: Entonces, lentamente, sin atreverse a moverse, Regina...

«¡Esa eres tú, mamá!» la cortó de nuevo

«Sí, cariño...Pero si me cortas todo el rato, no tendré tiempo de acabar y tendrás que irte a dormir sin el final de la historia...»

«No, no, me callo» respondió con una adorable mueca, poniendo su dedo delante de sus labios, pero sin poder esconder una sonrisa de satisfacción.

«Bien...» continuó ella con una tierna sonrisa: «Entonces, lentamente, sin atrever a moverse, Regina, la Reina del Reino Negro, inclinó despacio la cabeza hacia Emma, la princesa del Reino Blanco. Y latiéndole el corazón a todo prisa escuchó una débil, muy débil voz susurrar «¿Regina...?»

Una lágrima se deslizó por el rostro de Regina. Era más fuerte que ella: en cuanto leía esa historia a su hijo, la emoción la asaltaba y no podía esconderla. El niño ya no se preocupaba, conocía a su madre y su enojosa tendencia a dejarse sobrepasar por los sentimientos cuando se trataba de su familia.

«Pero de hecho, ¿no es posible, verdad? ¿Eh?» preguntó él tímidamente

«¿Qué es lo que no es posible?»

«Bueno, despertar a alguien que está muerto...Eso no se puede...»

«Oh sí, créeme, es de familia...» respondió ella, sarcásticamente, antes de añadir con los ojos en el vacío y la sonrisa en los labios «Ya sabes: cuando de verdad se ama mucho, se pueden hacer milagros...»

El niño pareció conformarse con esa respuesta y le pasó el libro a su madre que lo dejó delicadamente sobre la mesilla de noche. Depositó un tierno beso en su mejilla, y después lo arropó.

El canto del cisneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora