Caída en la trampa

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La oscuridad. El frío. El dolor.

Es todo lo que ella sintió cuando despertó. ¿Dónde estaba? Su cabeza le dolió terriblemente cuando abrió los ojos. Rápidamente se llevó las manos a su cráneo y notó con horror una sustancia pegajosa y aún tibia bajo sus dedos. Sangre...Pero, ¿cómo había podido herirse de esa manera? Intentó levantarse, pero todo su cuerpo parecía dolorido, y gimió de dolor. Tras un corto instante, se incorporó y dejó que sus ojos se acostumbraran a la oscuridad. Al final, logró distinguir el sitio donde se encontraba. Aparentemente estaba lejos de su confortable habitación del castillo.

Todo era sombrío. Solo un pequeño ventanuco dejaba pasar una débil luminosidad que le permitía distinguir las paredes de su minúsculo calabozo. En pánico, la princesa se alzó rápidamente. Pero un violento dolor en el pie derecho la hizo caer pesadamente en el sucio y húmedo suelo.

¿Cómo es que se encontraba en ese pútrido agujero? Intentaba recordar los últimos acontecimientos, pero en vano...Su cabeza le daba aún vueltas como para lograr tener el menor pensamiento coherente. Se inclinó hacia su pie y se dio cuenta del grueso grillete de metal que rodeaba su tobillo. Era una prisionera.


Emma Charming podría ser la princesa del reino, pero eso no era obstáculo para que fuera valiente y aventurera. Desde su nacimiento, veintiocho años antes, sus padres le habían ofrecido la educación de una princesa, sin, sin embargo, refrenar la naturaleza apasionada que siempre había demostrado. Había aprendido diferentes lenguas, a coser y a bordar, mientras estudiaba con pasión la política del Reino, equitación y el arte de la guerra, consciente de que un día sería ella quien reinaría el gran Reino que sus padres habían erigido.

Ese día, como de costumbre, había decidido partir temprano de caza. Nada como cabalgar temprano por la mañana para poner a una de buen humor. Lejos del fasto y de las encorsetadas etiquetas del castillo, solo en esos momentos degustaba la libertad.

Los recuerdos de la mañana le venían poco a poco, y sus dolores de cabeza comenzaban a calmarse. Emma pudo, finalmente, poner las cosas en orden.

¿Qué había pasado para que acabar en ese calabozo húmedo y frío? Se veía cabalgando al galope en el bosque, sus amigos August y Ruby a su lado, uno cabalgando, la otra siguiéndoles corriendo bajo su forma lobuna. Aunque era hija única, a Emma jamás le había faltado la compañía de otros niños de su edad. Muy sociable y dotada de un carácter gracioso y amable, había hecho amistad desde muy pequeña con todos los niños de la corte. La diferencia de sangre no molestaba a nadie, y Emma podía divertirse con sus amigos, mientras estos respetaran su rango principesco. Con sus dos amigos más cercanos, August, el hijo del carpintero, y Ruby, la nieta licántropo de la cocinera del castillo, rivalizaban inventando travesuras para sacar de los nervios a los adultos encargados de su educación.

Al convertirse en adultos, su amistad no se había roto. Y continuaban viéndose y pasando buenos ratos juntos. La caza era uno de sus pasatiempos preferidos...

Ante esos recuerdos felices, la princesa sonrió, pero un ligero chillido proveniente de una esquina de la celda la volvió a la realidad.

«Formidable, ahora, hay ratas...» gruñó

Continuó concentrándose, el dolor de su cabeza ya había casi desaparecido. El bosque, el olor del roció sobre los arbustos por la mañana, el viento en sus cabellos y ese grito...Emma de repente recordó: había escuchado un grito de lobo. Después una voz. Una voz humana que gritaba. ¡Y esa caída! Armas que chocaban...ruido de hojas...¡Ruby! ¡August! ¿Dónde estaban ellos ahora?

Todo le venía ahora: ¡habían caído en una emboscada! Justo antes de su caída del caballo, Ruby tuvo que notar el olor de los enemigos y habría querido prevenir a sus amigos. Pero era demasiado tarde, August no había tenido tiempo sino de gritarle a Emma que huyera antes de caer él mismo del caballo. En pánico, Emma había lanzado una mirada tras ella y cuando se hubo dado la vuelta, se había encontrado de cara con un escudo negro precipitándose hacia ella. Sin tener tiempo para reaccionar, había recibido la placa de metal sobre el rostro y un horrible dolor la había atravesado.

El canto del cisneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora