El juicio

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Mirando hacia el horizonte, la niebla matinal se extendía sobre los campos del Reino, como alargados fantasmas errantes y diáfanos. La fina capa de rocío posada sobre las enrojecidas hojas brillaba bajo los débiles rayos del sol otoñal. En los cuatro cantos del bosque, los pájaros llenaban la atmosfera con sus armoniosos cantos. El día sería bello.

En el patio de armas del castillo, los soldados finalizaban los últimos preparativos. Ningún imprevisto vendría a entorpecer la perfecta organización de la jornada.

Snow se despertó con la sonrisa en los labios. Jamás había dormido tan bien. El día que esperaba desde hacía tanto tiempo acababa de empezar, y nada habría podido hacerla más dichosa.

Sí, era un hermoso día para una ejecución.

Una semana antes

«¡Haced entrar a la acusada!»

Desde lo alto de su trono de oro, Snow dominaba la sala que, para la ocasión, estaba a reventar. Cuando el pueblo supo la noticia del juicio contra la reina negra, una densa muchedumbre había invadido la sala del trono. Víctimas de la Reina Malvada, o sencillos curiosos, todos se habían apresurado a las puertas del castillo y habían esperado horas, incluso desde la víspera, con la firme decisión de asistir a ese juicio que todos consideraban histórico.

Cuando las puertas habían sido abiertas, muchos vieron su entrada denegada por falta de sitio en la gran sala del trono. Snow estaba dichosa de esa excepcional afluencia. Al igual que ella, todos estaban ahí para asistir a la caída de un tirano, y se prometió no decepcionarlos.

Pocos eran, en el castillo, los que no estaban contentos ante el juicio, que ya se anunciaba como una farsa. Desde hacía días, Emma, David y Ruby habían jugado todas sus cartas. Habían intentado hablar con Snow, habían intentado encontrar al extraño hechicero, se habían incluso arriesgado a liberar a Regina...nada tuvo éxito. Todos sus intentos habían sido infructuosos, y la organización del proceso avanzaba a grandes pasos, sin que nada pudiera evitarlo.

La princesa ya no conseguía contenerse. Cuanto más se reducían los días que las separaban del juicio, más se encerraba en el silencio, negándose a concederle la mínima atención a su madre, pasando la mayor parte del tiempo encerrada en los calabozos al lado de Regina.

David y Ruby, por su parte, no habían perdido la esperanza, y continuaban insistiéndole a la reina para que se olvidara de eso o al menos aplazara el juicio. Su voluntad jamás se debilitaba, y cada momento que pasaban al lado de Snow lo empleaban para hacerla recular.

Pero Snow estaba decidida. Ningún argumento, ninguna conversación...nada la hacía dar marcha atrás. Parecía un perro que acababa de cerrar las fauces sobre un hueso, y a pesar de todos los esfuerzos del mundo, nada podía hacerle relajar la presión. Snow tenía el destino de Regina en sus manos y nada la haría echarse atrás. Emma ya no le hablaba, David discutía con ella, pero nada parecía conmoverla. Y más se cerraba en esa postura, más padre e hija la encontraban extraña.

David había hecho partícipe a Emma de sus dudas sobre el extraño brujo que ella también había escuchado en aquella pequeña sala. Evidentemente habían intentado comprender el papel que podía él jugar en todo esto. Habían intentado buscarlo, pero sin éxito. Sin embargo, lo presentían, el extraño comportamiento de la reina blanca indudablemente tenía que tener relación con él.

Y cuanto más se acercaba el día del juicio, más su voluntad se desmoronaba. David había abandonado la idea de convencer a su mujer de detener el juicio, y se consagraba ahora a estudiar todas las posibilidades jurídicas que el reino ofrecía para defender a un acusado durante un juicio.

El canto del cisneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora