–Si te ríes... si tan solo sueltas una pequeña carcajada, te juro que serás tú quien asista a la próxima reunión con la señora Lamberti –siseó Dante con un ceño feroz. Cayden curvó la comisura de sus labios pero no hizo el más mínimo ruido–. No estarías tan divertido si fueras tú a quien... –apretó la mandíbula. Cayden lo miró, ahora sí divertido.
–Vamos, Dante, exageras –acotó con una leve burla–. Y yo no le temo a Patrice, en absoluto.
–Si es así, deberías ser tú quién trate con ella.
–Pero a ella no le interesa tratar conmigo –se encogió de hombros–. Sabe que yo no tengo ojos para nadie más que mi esposa.
–Maldición –musitó Dante, pasando con insistencia sus dedos por los mechones castaños de su cabeza–. ¿Por qué yo? Es como...
–¿Si tuvieras un cartel de: quiero una mujer que me reforme?
–¿Me reforme? –gruñó incrédulo–. No necesito que nadie... –suspiró– ¿qué sugieres? ¿Qué encuentre a alguien a quien mirar embobado como tú con tu esposa para que me deje tranquilo?
–Quizá funcionaría... o quizá no –le restó importancia– pero, sabes que no podrás dejarlo así, ¿verdad?
–¿Por qué no? ¿Crees que le dirá a su marido que quiere terminar nuestros acuerdos porque no quise ser su amante?
–Ni mucho menos –soltó un bufido desdeñoso–. Inventará algo y es muy posible que logre persuadirlo. ¿La has visto, no hermanito?
–No me gustan las mujeres así –suprimió un escalofrío de disgusto. Cayden se encogió de hombros.
–Cada uno utiliza las armas que tiene para conseguir lo que quiere.
–Debí imaginar que tú encontrarías el sentido práctico de este incidente, hermanito –añadió mordaz.
–Hago lo que puedo –desechó sus palabras con la mano.
–No creo que pueda tratar con ella de nuevo. Creo que deberías hacer que vuelva Kevin. Él sí que podía manejarla.
–Kevin es un genio –rió Cayden pensando en su hermano menor– y sabe cómo lograr que las personas hagan lo que él quiere creyendo que fue idea de ellos.
–Pues entonces es a Kevin a quién necesitas.
–Lástima que él no pueda venir –Cayden arrugó la frente, pensativo–. No, hermanito, lo siento pero tendrás que ser tú.
–Sé que es parte de mis obligaciones pero... ¿no podrías ser tú?
–Aun cuando Patrice aceptara, Stella me mataría. No le gustan las mujeres... así.
–¿Le recuerdan a tu acosadora?
Esta vez fue Cayden quien reprimió un escalofrío. Puso en blanco los ojos, exasperado y luego mantuvo la mirada en Dante.
–De todas maneras, tendrás que hablar con ella. Ha dejado claro que no aceptará a nadie más que a ti.
–Suerte la mía –rezongó.
–¿Acaso es mi culpa que tengas esa cara, hermano? –Cayden sonrió de oreja a oreja– ¿o ese aire de héroe torturado?
–¡Demonios! Deja de burlarte de mí –Dante gruñó amenazador. Cayden no apartó su mirada ni minimizó su sonrisa, imperturbable–. Eres un fastidio, Cayden Sforza –tras decir eso, salió del despacho con paso firme, sin poder evitar las masculinas carcajadas que lo persiguieron.
***
Dante apenas podía creer que las festividades navideñas se estuvieran acercando. De hecho, aquella idea hacía que el generalmente poco entusiasmo que sentía por el día siguiente fuera nulo. No importaba lo mucho que se esforzara por ignorar aquel sentimiento que parecía inundar al mundo a su alrededor, había una persona a la que nunca podría ignorar. Ni ahora ni nunca. Connor.
No importaba lo pésimo padre que fuera, sencillamente no podía dejar de asistir a las funciones escolares de su hijo. Parecía lo único que lo entusiasmaba y llevaba a que empleara más que las tímidas y cortas frases que usualmente cruzaba con él. Era, de alguna irónica manera, un alivio pues dejaba de sentirse tan incompetente.
Tocó y fue recibido de inmediato. Al avanzar hasta el salón, encontró a su hijo y Stella en las actividades habituales. Ella leía un libro con una taza de té mientras Connor pintaba con esmero. Aquella imagen hizo que su corazón se estrujara, como de costumbre. Nunca podría darle a Connor lo que realmente necesitaba, lo que posiblemente fuera lo único que necesitaría siempre. Una madre.
Esa certeza lo tomó desprevenido. ¿De dónde había venido aquello? ¡Demonios, estaba perdiendo la cabeza!
Y, lastimosamente, no tenía a nadie a quien culpar pues no había visto a la única persona que ponía su mundo de cabeza desde hacía semanas. Ni siquiera había acudido a entregarle la invitación a su evento navideño en persona. Absolutamente no.
¿Qué? ¿Ahora, por qué pensaba en Fernanda? ¿Qué tenía que ver ella?
–Dante –su cuñada lo miró sorprendida– no te escuchamos llegar. Ven, toma asiento. ¿Te gustaría un poco de té?
–Stella –se acercó y le besó la mejilla– por supuesto, gracias –contestó tratando de ignorar el nudo que le provocaba la nula atención de su hijo a su llegada. Más que un saludo murmurado, no había más.
–Diez minutos antes y habrías compartido nuestro té. ¿Te sientes bien, Dante? –inquirió preocupada y frunció el ceño al examinarlo–. Acércate.
–¿Qué? –Dante le brindó una sonrisa, algo raro en él–. Claro que estoy bien, Stella.
–No lo sé... hay algo extraño en ti –se encogió de hombros–. En fin, ¿aceptarás nuestra invitación?
–¿Nuestra invitación? ¿Cuál invitación?
–¡Vamos, Dante! ¿La cena navideña? ¿No has leído tu correspondencia?
–Lo cierto es que no, Stella. Evito mi correspondencia en estas fechas.
–¿Por qué? –lo miró, incrédula. Casi como si no fuera posible que alguien no quisiera asistir a las interminables reuniones y eventos navideños en Italia.
–Hago que mi asistente los revise por mí. Cuestión de ahorro de tiempo y discernimiento de oportunidades de negocios.
–No todo es negocios, Dante –Stella negó lentamente–. Aunque no sé porque insisto en este punto con los Sforza.
–¿Quizá porque funcionó con mi hermano? –preguntó con un deje burlón. Stella sonrió, luciendo bastante enamorada.
–De hecho, funcionó –musitó y clavó los ojos en su taza. Dante intentó no bufar con incredulidad ante su absurdo sentimentalismo.
–Stella, no creo que sea una buena idea esa reunión y... –se calló al notar que ella no lo estaba escuchando. Bebió un sorbo de té y volvió a intentarlo–. ¿Sabes que...?
–Christabel asistirá junto con su esposo. Elisa aún no ha confirmado pero creo que puedo convencerla. Tienes que asistir, Dante. Sé que Kevin y Giovanna no estarán presentes pero tú estás en Italia. Debes venir –Stella clavó sus cálidos ojos en él–. Por favor.
Dante empezó a balbucear una excusa cuando otra voz se sobrepuso a la de él.
–He vuelto por mi bolsa. ¿La dejé aquí, cierto?
–¡Fernanda! –exclamó Connor, y para gran horror de Dante, se levantó y corrió a los brazos de ella, quién lo recibió con una sonrisa. Como si fuera algo común que su hijo se echara en brazos de una persona. ¿Qué demonios estaba pasando?
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Escucha a tu corazón (Sforza #3)
RomanceLa pérdida del amor había convencido a Dante Sforza que su vida no tenía el menor sentido. Aquello de que era mejor amar y haber perdido, que nunca haber amado, debía ser una clase de retorcida broma. Tenía que serlo. Quien lo había dicho, no había...