Capítulo 26

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Dante se había estado sintiendo patético por al menos una hora. O diez. O, para ser completamente sincero, por lo menos un par de días. Semanas. Sí, semanas podría ser lo más acertado. Pero, ¿qué podía hacer? Nada en realidad, pues su cuerpo parecía tener opinión propia sobre lo que debía estar haciendo a cada instante. Fernanda.

Eso era todo lo que estaba en su cabeza. No podía dejar de pensar en Fernanda, sea que ella estuviera presente o no. Si estaba ahí, él quería tenerla cerca, abrazarla, besarla... solo tocarla, de cualquier manera posible. Y si estaba ausente, bueno, él solo podía pensar en el momento en que volvería a estar a su lado. Añoraba su presencia, la ansiaba. Incluso, por estúpido que sonara, él sentía una opresión física que no lo dejaba respirar con normalidad cuando no estaba. Era... nuevo. Absurdo. Y aterrador. Sobre todo, aterrador.

Reprimió un escalofrío y estrechó a Fernanda aún más entre sus brazos. Él era consciente del peligro que estaba corriendo al dejarla acercarse tanto sin embargo no podía evitarlo. No estaba seguro de querer hacerlo. ¿Con qué objetivo? ¿Para qué si sabía perfectamente que ella jamás podría acercarse lo suficiente?

Nadie podría. Lo sabía, con una certeza tan absoluta como que dentro de una hora el sol se ocultaría. Fernanda Accorsi, sin importar lo que hiciera, no podría llegar a él.

Por una sencilla razón, por supuesto. Porque no había nada a que llegar. Ya no quedaba nada de él. De su alma. Nada de su corazón que valiera la pena hallar. Solo vacío. Y dolor.

Cerró los ojos con fuerza para desvanecer la conocida punzada de remordimiento que lo atravesó. Sabía la razón. Las razones, en realidad. La primera, naturalmente, tenía relación con Paola. Sentía que la traicionaba, que estaba demostrando que no la merecía, que nunca lo había hecho. Y no solo por buscar la presencia de Fernanda en su vida, sino por hacerlo sabiendo que no significaba nada. No realmente. Y ahí estaba la segunda razón. También engañaba a Fernanda al hacerla creer que para él, esto, lo que sea que fuera que tenían, significaba algo.

–¿Dante? –murmuró somnolienta y ladeó su rostro–. ¿Estás bien?

–Sí.

–Me quedé dormida –observó, incorporándose del regazo de él–. ¿Por qué no me despertaste?

–Parecías necesitar un poco de descanso.

–Así era –esbozó una dulce sonrisa–. Eres un encanto, Dante Sforza.

–¿Te sientes mejor ahora? –inquirió y, sin poder evitarlo, alargó sus brazos para atraparla contra él–. ¿Fernanda?

–¿Sí, Dante?

–No. Aún no.

–No debes preocuparte de que huya –bromeó, pero antes de continuar miró su reloj–. O quizá sí. Es tarde.

–Lo sé.

–Connor debe estar en casa ya.

–Sí.

–¿Y no prometiste ir a cenar con él?

–Lo hice.

–¿Entonces...?

–Ven –dijo, sin pensarlo. Ahora, esa invitación era inesperada pero no podía retractarse. Habían acordado que dejarían a Connor, y a cualquier otra persona, fuera de lo que tenían. No obstante, se estaba complicando y él no estaba seguro de querer ocultarse. Debería, pero no quería. A pesar de saber el daño que causaría, no quería seguir escabulléndose como si fueran un par de adolescentes a los que les prohibían estar juntos. No tenía razón de ser.

Sí. Definitivamente era un bastardo por hacerle esto a Fernanda.

Se sintió aún peor cuando ella asintió, sorprendida pero feliz, a su invitación. Sí, un maldito bastardo.

–¿Qué, Dante? –Fernanda entrecerró los ojos–. ¿Por qué estás molesto? Sí quieres, podemos dejarlo y...

–No. Estoy molesto conmigo.

–¿Contigo?

–Sí. Por no haberlo pensado antes. No sé qué estaba esperando. Tú y Connor... –profundizó su ceño– creo que le he quitado tiempo a tu lado.

–No lo has hecho.

–Sí, lo he hecho.

–Un poco –admitió a regañadientes– pero debíamos tener cuidado antes de que él... en fin, que supiera de nosotros.

–¿De nosotros?

–¿Sí?

–¿Qué, exactamente, Fernanda?

–No lo sé, Dante –ella lo pensó seriamente–. En verdad, no sé.

–Piénsalo un poco más.

–¿Qué quieres decir?

–Quiero que vengas a mi casa, con mi hijo... ¿no te da una idea?

–¿Qué has perdido la razón?

–No –Dante rió por lo bajo–. Que quiero que seas mi novia.

–Oh, oh, ¿Dante Sforza se está declarando? ¡Vaya!

–¡Fernanda!

–¿Qué?

–¿Por qué me haces esto?

–Porque lo necesitas –se inclinó hacia él– y, porque mi respuesta es sí.

–¿Sí? –interrogó en voz baja. Fernanda asintió–. Yo no...

–Dante, ha sido suficiente.

–Pero no quiero que tú...

–Dante, no lo arruines –rogó Fernanda en un suspiro–. No lo pienses demasiado, ¿de acuerdo? Déjate llevar.

–No sé si pueda.

–Inténtalo.

Dante sintió como los labios de Fernanda se posaban sobre los suyos y automáticamente cerró los ojos, permitiéndose sentir. Solo sentir y no pensar nada más. Podía hacerlo. Podía creer que en realidad tenía un corazón que se aceleraba ante la mera presencia de ella, que poseía un alma que podía unirse a la de Fernanda, que, en definitiva, estaba vivo.

Escucha a tu corazón (Sforza #3)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora