Capítulo 30

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Había sido un idiota. Más, más que eso. Era un completo y absoluto miserable. Rayos, no importaba lo que se le pudiera ocurrir, no había una palabra adecuada para calificarlo. ¿Cómo había podido herir así a Fernanda? ¿Cómo pudo echarla así de su vida y cerrarle la puerta en las narices? Sí, lo sabía. Fernanda también lo había sentido. Él se había encerrado en sí mismo en el preciso instante en que la palabra hijo había salido de sus labios.

¡Dios, un hijo con Fernanda! No, no podía. No era posible. Nunca. No ella. No de nuevo.

Sintió un sudor frío recorrerlo por completo con la sola idea. No podía perderla. No podía hacerlo todo de nuevo. ¿Por qué Fernanda no lo comprendía? ¿Por qué...?

Pestañeó rápidamente, intentando enfocar la imagen de las personas que tenía frente a sí. De nada serviría seguir fingiendo que no sucedía nada. Debía detenerlo. Ahora.

–¡No sigas! –pidió Dante con vehemencia. Cayden arqueó una ceja y Stella cerró la boca de golpe. Al notar que quizás había sido demasiado brusco, añadió–. Por favor.

–Oh, claro –Stella miró de Cayden a Dante–. Iré por té. ¿Quieres algo más, Dante?

–No gracias, Stella –contestó, sintiéndose como un imbécil. Stella era una mujer maravillosa y dulce, él no tenía derecho alguno a tratarla así. Más cuando era su cuñada y su hermano lo miraba con patente molestia–. Lo siento, no pretendía ofenderla.

–Está bien, pero podrías ofrecerle una disculpa cuando regrese –gruñó Cayden y fue evidente que no era ninguna sugerencia.

–Sí, lo haré –aseguró.

–Bien. Ahora, ¿qué rayos te sucede, Dante?

–Nada.

–Mírame –ordenó Cayden. Dante suspiró y elevó sus ojos celestes hacia él, con resignación en ellos–. Está relacionado con Fernanda, ¿cierto?

–¿Stella no ha hablado con ella?

–No lo creo. ¿Por qué? ¿Debería?

–Ya no habrá boda.

–¿No?

–No.

–Ya veo –Cayden tenía una capacidad extraordinaria para disfrazar sus impresiones. Dante bufó irritado.

–¿Cómo lo logras?

–¿Qué exactamente?

–No perderte al amarla. ¿Cómo puedes continuar siendo el fastidioso y frío hermano mayor de toda la vida y al mismo tiempo ser un abnegado y enamorado esposo? –soltó, sin saber de dónde había salido eso. Cayden curvó la comisura de sus labios, viéndose divertido.

–Bueno, todo eso es parte de mi encanto personal así que no he dejado de lado mi personalidad para ser el esposo que Stella merece. Simplemente he intentado desacelerar mi enloquecido ritmo de trabajo para dar lugar a una nueva faceta de mi vida, igual de fascinante que la laboral.

–Nadie creería que Cayden Sforza diría algo así alguna vez.

–Probablemente no, pero estoy feliz de haberlo descubierto –Cayden entrecerró sus ojos oscuros, preocupado–. ¿Qué pasó con Fernanda? ¿Eso fue lo que te alejó de ella? ¿Trabajo?

–No exactamente –Dante era, por regla general, reticente a hablar de su vida privada con quien fuera. Dejó salir el aire, sintiendo que empezaría a romper sus propias reglas–. Digamos que teníamos... ideas diferentes.

–¿Ideas diferentes? ¿Respecto a qué?

–¿Por qué es importante?

Cayden bufó, arqueando una ceja con incredulidad.

Escucha a tu corazón (Sforza #3)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora