Capítulo 6

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Dante dejó salir el aire lentamente una vez que la petición había sido hecha. Generalmente era Christabel quién atendía los eventos sociales, después habían sido los dos, pero desde la boda de su hermana, él había quedado a cargo de asistir a esos compromisos. Lo que detestaba. ¿Por qué precisamente él?

Al menos, se consoló, no iba a asistir solo. La reciente adición de su hermana menor, Elisa, a la Corporación era un inusitado alivio. ¿Quién imaginaría que ella accedería a acompañarlo? Prácticamente no se conocían. Algo común dentro de su familia, por supuesto, pero más marcado con Elisa porque había abandonado Italia hacía años, siendo apenas una adolescente. Todos volvían en vacaciones, ella no.

Frunció el ceño mientras caminaba hacia su despacho. Nunca antes se había detenido a pensar en la razón que había llevado a que Elisa hiciera aquello. Porque debía haber un motivo, sin duda.

Daba igual. No era algo de su incumbencia. Después de haber hecho conjeturas con respecto a la vida privada de Cayden, y fracasando miserablemente en el intento, no pensaba seguir con la de Elisa.

Además, su hermano mayor había dejado muy claro que le debía una disculpa a aquella mujer. Fernanda Accorsi, la insoportable joven que creía que por ser enviada de Cayden y estar respaldada por una causa noble su petición sería inmediatamente aceptada. Era un verdadero fastidio. Y si llegaba a encontrarla en ese evento, lo que era muy probable, tendría que ofrecérsela en ese mismo instante. Una maldita disculpa solo por ser parte de una familia notable de Italia, ¿a eso se había reducido su función?

Daba lo mismo. Él haría lo que tenía que hacer, diría lo que debía decir por pura cortesía y podría continuar con su pacífica vida. Sí, así sería.

–¡Dante, qué bueno que llegaste! –Stella abrió la puerta tan rápido que él no tuvo tiempo de tocar–. Me alegra verte, Connor –se puso de cuclillas y tomó a su hijo entre los brazos–. ¿Quieres pasar a saludar a Cayden? Él está en su despacho.

–Hum, claro –murmuró incómodo, mirando la naturalidad con la que su cuñada tomaba la mano de su hijo y lo conducía al salón. Suspiró. Nunca era así con él. Eso de ser padre no parecía ser lo suyo–. Cayden.

–Dante –saludó desde su escritorio–. ¿Has venido con Connor?

–Sí. Él está con Stella –explicó.

–Lo supuse. Mi esposa esperaba ansiosa su llegada –dejó un documento de lado–. ¿Sería correcto suponer que esperaba en la puerta?

–De hecho, ni siquiera tuve que tocar –precisó Dante.

–Adora a los niños.

–Eso parece.

–Especialmente a Connor –apuntó Cayden. Dante asintió–. Gracias por dejarlo aquí, Dante.

¿Su hermano le estaba agradeciendo porque dejara a su hijo bajo su cuidado y el de su esposa? ¿De verdad, qué rayos le había sucedido a Cayden? Era otro hombre desde su matrimonio.

–Eh... claro, de nada.

–No le des tantas vueltas –Cayden curvó la comisura de sus labios, divertido–. El amor puede hacer milagros.

–Debo estar soñando –gruñó Dante poniendo en blanco los ojos. Cayden rió–. No te tenía por sentimental, hermano.

–No lo soy. Simplemente establezco una verdad. Basta verme, ¿no?

–Sí. No te reconozco. Y no sé si es un cambio positivo –se burló. Solo un poco. Cayden se encogió de hombros.

–Pregúntale a Stella. Ella dice que definitivamente le gusta el hombre que soy ahora.

Escucha a tu corazón (Sforza #3)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora