Capítulo 1

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4 años después

–De ninguna manera –negó Dante con sus ojos celestes fulminantes– no lo haré.

–Dante –intentó persuadirlo su hermana Christabel– si viajas...

–No lo haré –cortó con firmeza.

–Es una buena oportunidad para la publicidad del nuevo proyecto de la Corporación. Padre estaría muy satisfecho.

–Jamás me ha interesado lo que le satisfaga a él –gruñó–. ¿De verdad ese es tu mejor argumento?

–Hermanito –Christabel agitó sus pestañas en su dirección– ¿no lo harías por el bienestar familiar?

Eso obtuvo una seca carcajada de parte de Dante y una risita de Christabel. Él exhaló despacio.

–Lo pensaré.

–Gracias. Sabía que podía contar contigo.

–No estoy aceptando –recalcó.

–No importa. ¡Gracias! –Christabel besó su mejilla–. ¿Cómo estás?

–Ahora, con respecto a eso, es un no rotundo.

–Dante...

–No.

–Pero, Dante, ni siquiera...

–He dicho que...

–No –completó Christabel resignada–. Eres terco, ¿sabes?

–Sí. Es un rasgo familiar.

–¿Cómo está Connor? ¿Puedo visitarlo?

–Podrías, pero no ahora –hizo un gesto con la mano, restándole importancia–. No está en casa.

–¿Dónde está? –preguntó extrañada.

–En casa de Cayden –contestó en tono monocorde– con Stella.

–Eso sí que lo explica –rió Christabel y le dio un breve beso de despedida– te veré más tarde, Dante.

–Adiós, Christa –se levantó para abrirle la puerta de la oficina. Cerró y se apoyó en la pared. No, no quería salir de Italia. No lo había hecho desde aquella mañana gris de su llegada y no quería que eso cambiara.

Además estaba Connor. No podía simplemente dejarlo e irse. Seguro, tenía su niñera y su tutor pero eso no importaba. Él debía estar ahí, aun cuando Connor apenas notara su presencia. Y eso, claro, se debía a él. Su propia decisión.

No había sido un buen padre, lo sabía. Él no había estado listo a sus veintitrés años y eso no había cambiado demasiado ahora, contando con veintisiete. No sabía cómo actuar alrededor de él y al mirarlo, lo único que veía era a sí mismo, de niño, siendo parte de los Sforza.

Paola no le había dejado ni siquiera ese recuerdo de ella. Connor era su viva imagen y lo único que veía en él era lo que ya no tenía. A ella. ¡Rayos, cómo la extrañaba!

Y odiaba defraudarla. Sabía que lo hacía, que le estaba fallando y no podía remediarlo. Él... por supuesto que quería a Connor, era su hijo. Pero, solo, no. No sabía qué hacer con él. Era así de sencillo.


***


Fernanda sonrió al entrar en la estancia y encontrarse con Stella, sentada en el suelo junto a un niño que coloreaba en una mesa baja. Arqueó las cejas y carraspeó.

Escucha a tu corazón (Sforza #3)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora