–¡Patrice Lamberti está fuera de control! –gruñó Dante y se dejó caer en la silla, ante un sorprendido y curioso Cayden–. ¿Qué?
–Siéntete como en tu casa –soltó, divertido–. ¿Qué sucedió ahora?
–No más reuniones. No me importa si... –Dante suspiró, cansado. Se pasó una mano por el cabello–. Pensé que quizás...
–¿Acudiría Fernanda?
–Sí –contestó y maldijo por lo bajo.
–Supongo que eso significa que no estuvo.
–No te atrevas a burlarte, Cayden. No estoy de humor.
–Está en tus manos solucionarlo, Dante.
–No. Lo. Hagas.
–Me refería a Patrice –Cayden curvó la comisura de sus labios–. Llama a Kevin. Él siempre ha podido con ella.
–¿De verdad te referías tan solo a eso?
–¿Importa?
–Hum –Dante no contestó, al menos no en tono audible. Marcó el número de Kevin y esperó–. ¿Te molesta si hablo aquí?
–Por favor, continúa –Cayden restó importancia con la mano y se concentró en los documentos sobre su escritorio.
Dante tomó aire, intentó dejar fuera de su mente el único pensamiento constante que había tenido durante semanas. Fernanda.
Lo único en lo que podía pensar era ella. ¿Dónde estaba? ¿Qué hacía? ¿Tan poco había significado que había sido fácil dejarlo atrás? ¿Solo así?
–¿Diga?
–¿Kevin?
–¿Dante?
–Sí. Hola, Kevin.
–Hola. Qué... ¿sorpresa? –Kevin rió–. Esto sí que es inesperado. ¿Sucedió algo, Dante?
–No. ¿Por qué tendría que suceder algo para llamarte?
–Porque, bien, déjame pensar... qué difícil pregunta.
–Gracioso.
–Lo sé.
–Kevin...
–No has llamado ni una sola vez. Nunca. Así que permíteme la sorpresa.
–De acuerdo. ¿Podemos continuar?
–Seguro. ¿Dónde estás?
–¿Dónde? ¿Por qué interesa?
–En la Corporación, ¿eh?
–¿Cómo lo sabes?
–¿Con Christabel?
–¿Qué? ¿Por qué...?
–Ah. Con Cayden.
–¡Rayos, Kevin! ¿Acaso eres un maldito adivino?
–No. Pero suenas tenso. Y casi puedo escuchar la mente maquiavélica de Cayden en el fondo.
–¡Escuché eso! –gritó Cayden, provocando que Dante girara–. ¿Qué? ¿No puedo escuchar?
–¡Basta! –Dante puso en blanco los ojos–. No sé cómo pude imaginar que dos Sforza a la vez podía ser soportable.
–Tres. Si te incluyes tú –contestó Kevin del otro lado de la línea–. ¿Aún lo eres, no?
–Sí –Dante respondió sucintamente–. Ahora, Kevin, respecto a mi llamada... Necesito tu ayuda.
–Es evidente. ¿Qué sucedió?
–No eres muy humilde, ¿eh?
–No necesito serlo. ¿Qué es, Dante?
–Patrice Lamberti.
–Ya veo.
–Algo me dice que, a pesar de esas dos palabras, realmente lo haces.
–No tienes idea.
–¿Tú y ella...? –Dante sintió un escalofrío.
–No. No podría. Ella es... demasiado.
–Sí. ¿Qué hago?
–Asumo que tampoco te interesa ser uno de sus trofeos.
–No.
–De acuerdo. Habla con tu novia.
–¿Qué? ¿Ese es tu gran consejo?
–Es lo más sencillo, Dante. Vas a casarte, ¿no? ¿Por qué no usarlo para alejar a esa mujer?
–No puedo.
–No creo que a Fernanda le importe.
–No es eso –Dante frunció el ceño–. ¿Cómo es que sabes de Fernanda? ¡Ni siquiera la conoces!
–Eso no es cierto. La conocí, brevemente. Antes de que se volviera lo suficientemente loca como para salir con un Sforza. Además, hablé con ella cuando realizaron la cena de compromiso. Una lástima no haber podido asistir –Kevin suspiró–. De cualquier manera, tu novia tiene carácter y tacto. Ella sabrá que hacer.
–Jamás imaginé que un Sforza recomendaría dejar un asunto en las manos de alguien más.
–Si ese alguien está más capacitado, es apenas lógico que lo hagas.
–No puedes discutir con eso –habló Cayden nuevamente, en el fondo–. Nunca trates de argumentar con Kevin. Es brillante.
–Lo estoy viendo –murmuró Dante, a nadie en particular–. Bien, Kevin. Lamento decirte que tendrás que pensar en otra solución. Fernanda está fuera de cuestión.
–¿Por qué?
–Ella y yo... como que se terminó.
–¿De verdad? No pensé... creí que estaba loca por ti.
–Sí, bueno. Quizá.
–Y tú te morías de amor por ella.
–No. Sí. No tanto.
–Ah.
–Kevin...
–¿Qué hiciste, Dante?
–¿Por qué asumes que fui yo?
–Por favor –bufó incrédulo–. ¿En serio debo contestar eso?
–Bien. Tienes razón. No quiero hijos. Ella sí.
–Es una verdadera lástima –exclamó Kevin. Dante no esperaba esa réplica.
–¿Qué quieres decir?
–Tú eres un gran padre, Dante.
–No lo dices en serio.
–Sí, por supuesto. ¿O acaso conoces a muchos hombres que hubieran estado a la altura en la situación en que te encontrabas tras perder a Paola? ¿Crees que cualquiera sería capaz de seguir adelante con un recién nacido en brazos y sin una esposa a su lado? Yo no creo que podría hacerlo. No solo, al menos.
–¿Cómo has sabido lo que yo...? –inquirió Dante, atónito.
–Ya te lo dijo, Cayden. Soy brillante, ¿recuerdas? –bromeó Kevin. Dante negó lentamente, sin saber qué responder. Sí, su hermano menor era sin duda sorprendente, brillante, el Sforza más perspicaz y eso no era decir poco si se trataba de su familia.
–¿Escalofriante, eh? –dijo Cayden de pronto. Dante colgó el teléfono y lo miró, interrogante–. También me quedo así, perdido, después de hablar con Kevin. ¿Ayudó?
–No lo sé. Realmente, no lo sé.
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Escucha a tu corazón (Sforza #3)
RomanceLa pérdida del amor había convencido a Dante Sforza que su vida no tenía el menor sentido. Aquello de que era mejor amar y haber perdido, que nunca haber amado, debía ser una clase de retorcida broma. Tenía que serlo. Quien lo había dicho, no había...