Capítulo 12

7.1K 1K 10
                                    

Dante subió las escaleras y se dirigió directamente a la habitación en que Connor estaba durmiendo. Frunció el ceño al no encontrarlo, a pesar de que buscó por cada rincón. ¿Dónde estaría? ¿No se suponía que su hora de dormir ya había pasado? ¿Había dejado la habitación?

Con ese pensamiento alarmante, atravesó el pasillo escuchando atento cualquier sonido sospechoso pero no encontró nada que le indicara donde podía estar su hijo. Caminó frente a una puerta entornada y captó la infantil voz. Connor parecía charlar con alguien... no estaba solo. ¡Su hijo no estaba solo!

–Connor, ¿con quién estás...? –empezó a decir y una voz de mujer se interpuso a sus palabras, casi al mismo tiempo. La miró, incrédulo. ¿Era ella? ¿A quién había estado evitando con éxito hasta ese momento? ¿Por qué, Dios, por qué tenía que ser Fernanda Accorsi? En verdad, ¿qué demonios hacía con su hijo?

–Padre –su hijo se incorporó de inmediato para saludarlo. Dante no podía dejar de mirar a Fernanda, quien se había quedado rígida en su lugar–. Yo...

–Deberías estar durmiendo, Connor –señaló secamente. Su hijo se encogió imperceptible. Dante suspiró e intentó suavizar su tono–. Estaba preocupado por ti. Sabes que no puedes solo desaparecer.

–Lo siento, papá –Connor dio un paso vacilante. Luego otro–. No podía dormir y quería terminar un dibujo –regresó rápido y tomó una hoja– para ti –lo extendió.

Dante se quedó atónito, sin tener la menor idea de qué decir o hacer. Torpemente tomó la hoja de las pequeñas manos de su hijo y lo palmeó en la espalda.

–Es... –Dante carraspeó– lindo.

–¿De verdad? ¿Te gustó? –la ansiedad de Connor hizo que Dante se estrujara el cerebro en busca de algo más que decir. Lo que sea que lo animara pero no sabía. No tenía la más mínima idea. ¡Maldición!

–Sí –eso fue todo lo que logró decir. Sí. ¿Sí?

–Creo que dibujas muy bien, Connor –intervino Fernanda de pronto–. Los trazos son increíblemente firmes y los colores que has usado son tan vivos. Alegres –sonrió–. Representa la felicidad, ¿eh?

Connor se sonrojó y asintió, mirando con adoración a Fernanda. Dante arqueó una ceja pero, para su consternación, entendió perfectamente la actitud de su hijo frente a aquella mujer. Es que había que admitirlo, era encantadora cuando quería.

Frunció el ceño en su dirección, poco dispuesto a arriesgarse que sus pensamientos se evidenciaran. Sin embargo ella no lo miraba. No, claro que no. La señorita Accorsi estaba devolviéndole una cálida mirada a Connor y le desarregló el cabello, con pasmosa familiaridad.

–Connor, ve a dormir –ordenó Dante con más brusquedad de la que pretendía. Su hijo suspiró pero asintió, despidiéndose de él y de Fernanda–. Señorita Accorsi –murmuró en cuanto se alejó–. ¿Qué hace aquí? ¿Y con mi hijo? ¿Coincidencia?

–¿Qué quiere decir?

–¿Me va a decir que es una coincidencia? ¿Qué no sabía que Connor era mi hijo?

–De hecho, lo sabía.

–Entonces, fue deliberado. ¿Nos está acosando?

–¿Disculpe?

–Estos encuentros "casuales"... no sé qué pensar.

–Pues le haría bien empezar a hacerlo. Use su cerebro, señor Sforza. Llegue a la conclusión lógica, aquella en la que estoy en una fiesta y en la que conozco a su hijo a través de Stella. No tiene nada que ver con usted. Nunca con usted –añadió con desprecio.

–¿Nunca? Eso es mucho tiempo, señorita Accorsi –gruñó. Ella esbozó una sonrisa despectiva.

–No el suficiente para que deje de ser desagradable, señor Sforza.

–¿Sabe que tengo la facultad decisiva en colaborar con sus obras benéficas, cierto?

–Sí. Imagino que es lo suficientemente profesional para no dejar que una animadversión personal se interponga en lo que es correcto.

–¿Cómo está tan segura?

–Es un Sforza. Si hay algo destacable en ustedes es su ética profesional.

–¿Es lo único?

–No dije lo único. Pero quizá sí lo único en usted.

–Espera.

–¿Qué?

–Espera que lo sea. No está segura de que yo no vaya a tomar nuestro disgusto mutuo en cuenta cuando decida.

–Eso ya será cuestión suya –Fernanda se encogió de hombros–. Que tenga buena noche, señor Sforza.

–Espere –ordenó y ella se detuvo en el umbral. Quizá por la urgencia en su voz. Dante carraspeó–. La ayudaré en Navidad.

Fernanda giró y clavó sus ojos verdes en él, con absoluta incredulidad. Él asintió.

–Lo haré.

–¿Lo hará?

–Sí.

–¿De verdad?

–Sí.

–¿Por qué?

Dante se removió incómodo ante la fijeza de su mirada. Apretó la mano en un puño, en un intento de relajarse.

–¿Aceptará mi ayuda o la cuestionará, señorita Accorsi?

–Yo...

–Puedo retractarme.

–¡No!

Dante arqueó una ceja y esbozó una pequeña sonrisa, satisfecho de volver a estar en control de la conversación. O, al menos, en control de sus emociones.

–De acuerdo, señorita Accorsi. Esperaré la invitación a su evento navideño.

–Gracias, señor Sforza –él asintió y a punto de salir, giró.

–Recuerde, nada de trucos ni sorpresas. No le gustaría mi reacción.

Escucha a tu corazón (Sforza #3)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora