Capítulo 4

7.6K 1K 16
                                    

Fernanda había tenido un par de meses ocupados con las iniciativas para recaudar los fondos necesarios para acondicionar un ala nueva para los niños de la fundación. Inspiró hondo y se decidió a jugar su última carta disponible por el momento. Sí, lo haría.

–Fernanda, hola –saludó Stella sorprendida por tenerla en su librería– ¿cómo estás? Últimamente has estado un tanto ausente.

–Lo sé. Ya Lizbeth me regañó al respecto –refunfuñó. Stella sonrió– aunque por supuesto, yo le dije que se ocupara de su esposo Frederick en lugar de interrogarme a mí.

–¡No pudiste haberle dicho algo semejante! –exclamó Stella riendo.

–Por supuesto que sí, además que debería. Apenas llevan un año de matrimonio –suspiró–. En fin, lo que sucede es que he tenido que realizar un par de viajes inesperados.

–¿La fundación? –preguntó comprensiva. Fernanda asintió– ¿cómo va eso?

–Precisamente de eso quería hablarte. Creo que puedes ayudarme.

–¿Sí? –Stella indicó con la mano que continuara. Fernanda intentó exponer sus ideas lo más concretamente posible–. Ah, quieres que los Sforza pasen a ser parte de los benefactores.

–Sí, ¿podrías ayudarme a lograrlo? –pidió Fernanda agitando sus pestañas en dirección a Stella. Ella rió.

–Lo intentaré. No es como si yo manejara la Corporación Sforza ¿sabes?

–Pero manejas a uno de sus dueños.

–Eso no es cierto –negó con una risita y le envió una mirada de regaño– ni se te ocurra repetir algo así. Mucho menos si quieres hablar con Cayden.

–¿Crees que se enfadaría?

–No. Probablemente te ignoraría.

–¡Ah, pero eso no es bueno para mi causa!

–Te lo dije –Stella cruzó sus brazos–. Bien, hablaré con Cayden y te avisaré.


En cuestión de días Fernanda, para su propia sorpresa, se encontraba de camino a las oficinas de la Corporación Sforza e iba a ser recibida por el mismísimo Cayden Sforza.

–Fernanda, pasa por favor –Cayden le señaló el asiento frente a sí y se sentó cuando ella lo hizo–. ¿En qué puedo ayudarte?

–En primer lugar, gracias por recibirme. Sé que no es fácil para ti encontrar un espacio libre en tu agenda.

–No tiene importancia.

–Mucha, en realidad. Gracias.

–De nada. Lo que pueda hacer por ayudar a la familia de Stella, lo haré.

–Bien, ya que lo has dicho, te tomaré la palabra y continuaré con mi lista. En segundo lugar –sonrió Fernanda y Cayden esbozó una media sonrisa– soy parte de una fundación y estoy gestionando nuevos donativos. Sé que la Corporación Sforza realiza importantes contribuciones...

–Ah, bueno. Sí, me parece que sí. Pero estás hablando con la persona equivocada.

–¿Ah sí? ¿No eres tú Cayden Sforza?

Él soltó una risita por lo bajo y se disculpó para hacer una llamada breve.

–Lo soy –asintió al colgar y la miró–; sin embargo, el que lleva las relaciones públicas de la Corporación y, por ende, todo lo relacionado a la imagen de la misma es Dante, mi hermano.

–Ah.

–Sí. Por esa razón, acabo de hablar con él y te recibirá en este momento.

–¿De verdad? ¡Eso es increíble! Gracias, Cayden.

–De nada. Pero no tardes. Creo que tiene alrededor de diez minutos libres antes de una reunión.

–Sí, señor –cuadró los hombros al levantarse– adiós, Cayden.

–Mi asistente te señalará la oficina. Adiós, Fernanda.


Fernanda recorrió con paso rápido los corredores hasta dar con la oficina de Dante Sforza. Tomó aire profundamente antes de entrar al ser anunciada. Él se encontraba sentado detrás de su escritorio, no levantó la mirada en ningún momento pero le hizo un ademán con la mano para que se sentara.

Ella lo miró fijamente, entrecerró los ojos con incredulidad y cuando Dante la miró, se quedó momentáneamente sorprendida. ¡Era el mismo hombre del avión!

–Ah –habló Fernanda antes de pensarlo– sí que eres el señor "estoy trabajando", ¿quién lo habría imaginado?

–Tú –gruñó Dante o eso le pareció a Fernanda. Ella reprimió una sonrisa.

–Un placer conocerte finalmente, Dante Sforza.

–Diría que igual pero no es así. ¿Qué haces aquí?

–Pensé que te habían informado de nuestra pequeña reunión.

–¿Tú eres la persona que Cayden pidió que viera con tanta urgencia? ¡Tiene que ser una broma! –bufó con incredulidad.

–Ninguna. Creo que tenemos algo de lo que hablar.

–Claro, sé breve.

–Lo sé. Tienes otra reunión. Soy Fernanda Accorsi por cierto y estoy interesada en donativos para la fundación con la que estoy colaborando.

–¿Sí? ¿Y qué puedo hacer por ti?

–¿No es obvio? Quiero que la Corporación Sforza se convierta en uno de nuestros benefactores.

–Ya tenemos nuestros donativos definidos –contestó con sequedad Dante– y no estamos interesados en realizar nuevas contribuciones.

–¿Podría al menos contarte de que se trata?

–Por mucho que me encantaría escucharte, no tengo tiempo –miró su reloj con impaciencia–; además, no hacemos ningún donativo que no reporte un beneficio para la Corporación.

–Eso no es caritativo –murmuró frunciendo el ceño.

–Esto es una empresa, no una obra de caridad –respondió Dante y se levantó para abrir la puerta–. Debo pedirte que te marches ahora.

Fernanda abrió la boca para protestar y, de paso, dejarle claro un par de cosas pero decidió que no era buena idea. No era la primera ni sería la última vez que alguien la trataba de esa manera por solicitar una contribución para la Fundación. En realidad, estaba acostumbrada ya y por eso la desconcertó su propia furia por la frialdad de él. No era nada nuevo. Debía dejarlo estar.

–Gracias por atenderme –dijo con fría cortesía-. Adiós, señor Sforza.

Escucha a tu corazón (Sforza #3)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora